La rivalidad entre el Barcelona y el Real Madrid traspasa el terreno futbolístico para ramificarse en un terreno, el sociológico, que se pierde en las décadas de enfrentamientos entre ambos clubes, siempre en lo más alto, siempre disputándose los partidos decisivos. Así quedó demostrado en las horas previa y como metáfora perfecta sirve la salida de los dos conjuntos al terreno de juego, para certificar que lo que había en juego no era un simple título futbolístico, sino una supremacía más elevada, un debate con simbología nacionalista, con la consulta soberanista de trasfondo.

En medio de la abrumadora sonoridad que ofrece la verticalísima grada de Mestalla, la afición madridista cantaba «Que viva España», mientras que la del Barcelona replicaba al grito de «Independència». Acto seguido, con los dos equipos formados y la familia real en el palco, con el Rey Juan Carlos al frente, el himno nacional español generó la misma división. Por un lado, enérgica bronca del barcelonismo, con la grada poblada de un mar de «estelades». Por otro, la hinchada madridista lo coreó, con la misma pasión que generan los duelos de la selección española, y mostrando miles de banderas rojigualdas. Dos enormes lonas, con los gritos de guerra de cada club como lemas («Hasta el final, vamos Real» y «Un crit valent, Barça, Barça, Barçaaaa»), completaban el imponente mosaico final de un encuentro que era visto por una audiencia mundial. José Mourinho y Pep Guardiola no estaban presentes esta vez, pero el perfil bajo de Gerardo Martino y Carlo Ancelotti no cambiaba nada. Todo el planeta miraba a Mestalla.

Dos estilos antagónicos

El pitido inicial ya daba toda la prioridad al fútbol y a un partido que no defraudó, y volvió a ser electrizante y tenso, jugado como en sus múltiples precedentes recientes, al límite. Con dos estilos que también son antagónicos, entre los ataques torrencial, en manada, de los blancos y la paciencia de orfebre en la elaboración azulgrana. En todo caso, el encuentro fue el punto culminante de una larga jornada, de relativa armonía en la convivencia de las dos hinchadas.

Las ocho de la tarde fue el primer momento importante. El primer latido fuerte de la final. Los autobuses de los dos equipos llegaron en el horario estipulado por el protocolo, una hora y media antes del encuentro. El del Barcelona, el segundo en desembarcar, realizó varias maniobras, girando sobre sí mismo. Una especie de lento regate para no obligar a los jugadores a dar toda la vuelta al autocar antes de enfilar la puerta de los vestuarios. Con los equipos ya presentes, las dos aficiones, acostumbradas a la liturgia de las finales, entraron en el estadio tras apurar lo máximo posible la magnífica jornada soleada en la ciudad para entrar en el estadio. El selecto elenco de bajas madridistas (Arbeloa, Marcelo, un Cristiano Ronaldo relajado, con gorra), pisaban el césped mientras Voro González acompañaba al cuarteto arbitral.

La batalla empezó a librarse antes de que empezara el encuentro. Cada detalle contaba, decantaba la balanza psicológica entre dos rivales ancestrales. Empezó gobernando la hinchada «culé», más animosa y que pobló el fondo norte con más rapidez, a eso de las ocho y media.

Repertorio reducido y clásico

El repertorio era reducido, pero clásico, con el «Oh le le, oh la la, ser del Barça és, el millor que hi ha», «madridista el qui no boti» y la estrofa final del himno del club, coreada con tal vehemencia que hizo despertar, por primera vez, a la afición merengue. Con muchas adhesiones se lanzaron gritos a favor de la independencia de Cataluña.

La irrupción, a las 20:46 horas, de Iker Casillas, santo y seña del madridismo, hizo hervir por primera vez la grada del Gol Gran, la que daba cobijo a la afición blanca. La Copa, unida a la Liga de Campeones, es la competición a la que se ha agarrado el de Móstoles, experto en brillar en finales, para seguir preservando su prestigio internacional. Para su afición, el capitán sigue siendo intocable.

Sin tanto aureola pero provisto de mucho carisma hizo su aparición en el terreno de juego Pinto, que arengó a la afición azulgrana. La sonoridad se acentuó cuando aparecieron los dos conjuntos al completo para calentar. Ilustres exjugadores de los dos equipos, como en el caso de Steve McNamanan, tomaban asiento para comentar el duelo para cadenas internacionales. Todo estaba preparado.