Cuando uno pisa el único campo de fútbol de tierra que permanece en el antiguo cauce del Turia, siente un cosquilleo en el estómago. Es el último vestigio de los terrenos que ocupaban el lugar hace varias décadas, cuando el cauce era un cauce y los balones despejados se rescataban de las verdosas aguas del Turia con una red. El campo, rodeado ahora por varias canchas de césped artificial, mantiene su dignidad gracias al Arnau Universal, heredero del clásico Deportes Arnau, el equipo que tiene la concesión. El 90 por ciento de sus integrantes son inmigrantes y el presupuesto es irrisorio. Tanto, que no pueden federar a varios de sus equipos desde 2005. Varios juegan en torneos no federados. Para ellos es suficiente. El fútbol es un refugio seguro. En total, cuentan con 12 equipos, uno de ellos femenino. Un dato curioso: El Arnau mantiene en lo alto de las clasificaciones a su escuadra de fútbol sala, que juega sus partidos oficiales en un parque cercano. Entrenar en la tierra, asegura José Soler, director deportivo y alma mater del club, les da «mucha potencia en las piernas».

Son las 7 de la tarde y mientras van llegando los chavales para comenzar el entrenamiento, los recuerdos son inevitables. El periodista no puede remediarlo y se lo confiesa a Mercury, el entrenador de los benjamines. «Yo jugué aquí», le confiesa. El técnico, de origen nigeriano, sonríe. Qué le vas a contar a él. Jugó en todas las categorías de su país, sorteando patatas, hasta que dio el salto a la Primera División de Costa de Marfil, y luego de Taiwan. Hoy entrena gratis a los chavales del Arnau. Por puro altruismo. Su clase, por cierto, sigue intacta.

El campo permanece aparentemente igual, inmutable al paso del tiempo, pese a que las obras del carril bici obligaron a desplazarlo unos metros. Es una reliquia del fútbol de tierra en la ciudad, donde se forjaron cientos de futbolistas que hoy superan la treintena. De aquellos terrenos salieron, nada menos, que 18 jugadores de Primera División, cuentan los veteranos del lugar. Entonces no había campos de césped natural en la ribera del Turia de la ciudad y la hierba artificial era un proyecto que ideaban los alemanes. O vete tú a saber.

La importancia del último campo de tierra trasciende el terreno deportivo. La función social no tiene precio. Una escuela sostenible gracias al esfuerzo de todos, liderados por José Soler, un profesor de Primaria del San José de Calasanz que dedica su tiempo libre a mantener vivo el último campo de tierra de Valencia, que no es tarea fácil. Eso y la ilusión de los chavales. Allí todo se recicla. Hasta las viejtas porterías, hoy semienterradas en las bandas para utilizarlas de bancos. El riego se realiza a mano: con mangueras. Y las lineas se pintan con la carretilla de toda la vida, una pieza de museo. El gasto se contiene también en los equipajes. Las camisetas que visten los jugadores en los partidos tienen 24 años. Y apenas se han descolorido. Son de una calidad escelente.

Jugar en el último campo de tierra no es exclusivad del Arnau Universal. Es necesario que al reportero, que ya lleva los zapatos cubiertos de polvo porque no ha podido evitar saltar al campo y patear el balón, se lo repitan varias veces para creérselo: muchos equipos, instalados en modernas superfices de césped articial, piden su hueco al club que gestiona Soler (y que preside Juan Antonio Maceda, primo del exfutbolista Antonio Maceda) para entrenar en su campo, bajo las torres de Serranos. «Vienen porque aquí cogen más fuerza. Y porque mejora la técnica de los jugadores, al estar obligados a controlar mejor el balón por la irregularidad del terreno», asegura. Entre ellos, varios clubes de la aristocracia del fútbol base valenciano. «No se valora lo suficiente la importancia de este campo», asegura Soler, mientras Mercury arbitra el partidillo que ha montado entre los chavales. Detrás de la portería, los familiares se acomodan sobre viejas sillas de plástico, sacadas de uno de los tres contenedores anexos al campo donde se ubican los vestuarios „el del árbitro no tiene desagüe„ y donde se almacena el material. Tres módulos viejos, manchados por grafiteros aficionados, que de ven en cuando son saqueados. No hay valla que los proteja.

El Arnau negocia desde hace tiempo con la Fundación Deportiva Municipal para mejorar las instalaciones. El sueño es recuperar la esencia del campo, con una pequeña alquería anexa, que sustituya a los contenedores y que mantenga la vida del campo. «Yo no sé si queremos que el campo sea de césped, no es lo más importante. Yo soy de los románticos. Lo que queremos es que nos traten igual que al resto de equipos de la ciudad», explica Soler, un hombre sencillo que muestra a los chicos del Arnau el camino correcto de la vida: Deporte, disciplina y solidaridad.