Ha pasado casi una década desde las lágrimas de Jofre en El Madrigal. El Llevant plantó cara, se adelantó con un testarazo de Reggi y dominó un partido que mató Forlán con dos contras sobre la bocina (4-1). Un año después del sueño de Xerez, tras cuatro décadas de anhelos, el levantinismo besaba la lona del descenso, entre el consuelo de futbolistas de amarillo. Subió al año siguiente. Y aun por tercera vez, la temporada del centenario. Con la determinación de los grandes. Como si el yunque de la adversidad hubiera sido sepultado para los restos. Hoy hay que recuperar aquel espíritu: el levantinismo no se rinde. Cae y se levanta.

«Villarreal, aldea subnormal». Todos lo hemos oído cantar. Es solo envidia. La irrupción «grogueta» fue insoportable para el Valencia que vio cómo inesperadamente cambiaba su rol: de paternal anfitrión en la élite a segundón. Lo fue para el Llevant: para una vez que coqueteaba con los mejores, le mojaba la oreja un recién llegado. Y más que para nadie para el Castellón, condenado hoy a derbis en Miralcamp contra el Villarreal C. Lo cuenta Enrique Ballester en su magnífico «Infrafutbol» (Libros del KO 2014): «Gracias al Villarreal [€] el Castellón puede ser una cosa que no era antes [€], tiene la oportunidad de construir una identidad nueva y genuina, alzar la bandera de lo clásico, dictar un arrebatador manual de resistencia». Des de Orriols hemos elaborado un relato similar. Y sin embargo quiso la casualidad que un Castellón ya descendido, inmerso en una dinámica inversa, fuese el invitado de piedra a la fiesta del último ascenso «granota». Hoy peleamos por seguir en 1ª, mientras los «orelluts» porfían por escapar de 3ª. Precisamente mañana en Castàlia se enfrentan el líder albinegro y el At. Llevant.

Los levantinos viajaron históricamente al norte para disputarle eléctricos derbis al Castellón, no al Villarreal, que siempre estuvo un escalón por debajo de ambos. Pese a las envidias, la afición «grogueta» es educada y señorial como ninguna otra de las valencianas. Parecen casi del Athletic. Pero las simpatías, no me pregunten por qué, son para el Castellón. Tal vez porque vistan el uniforme fundacional del Llevant FC (sí, con pantalón blanco). Tal vez porque al devorar el libro de Ballester, que tendría que leer todo «granota» (especialmente los que van olvidando de dónde venimos) se comprende perfectamente cada estado de ánimo. Y eso a pesar de que el primer campo donde pasé miedo fue en Castalia. Tenía once años, el Llevant coqueteaba con los puestos de ascenso y visitaba a un Castellón que acabaría ascendiendo como campeón de 2ª. Tras un catenaccio épico, Pousada lanzó una contra en el 90 y regaló a Garrido el 0-1. Estallamos en júbilo y Castàlia se nos comía. Ese año 80-81 el levantinismo recuperó sensaciones de 1ª, que desaparecieron poco después de que Aznar trajera a Cruyff: el equipo fue de mal en peor, el chasco fue mayúsculo y el club se hundió en una crisis que iba a dar con sus huesos en 3ª. Tal vez, desde entonces, los levantinistas tenemos un miedo atávico a los fichajes de invierno. La elite, tras lo de Cruyff, nos parecía tan lejana como lo es hoy para el «cosí germà» de la capital de La Plana.

Y sin embargo aquí estamos. Con el ánimo de perdurar. Las estadísticas pintan fatal: 6 partidos sin ganar y 3 puntos de 18. Pero las sensaciones son distintas: en los dos últimos partidos (Málaga y Elche) se ha visto un Llevant mejor, con los canteranos tirando del carro, criterio, actitud y buen fútbol. El Madrigal trae el recuerdo de aquellas lágrimas de 2005, pero fue también el estadio donde, tras un 0-3, el Llevant se colocó líder de 1ª. Hoy vuelve a devenir plaza decisiva: debe ser el escenario en el que revertir esta dinámica, donde comenzar a construir la permanencia. Con la virtudes de Elche, con once, con intensidad y con suerte