Las exhibiciones del Gran Torino liderado por Valentino Mazzola, junto a los duelos ciclistas entre Fausto Coppi y Gino Bartali, eran el gran entretenimiento de los italianos en los años de carestía posteriores al final de la segunda guerra mundial, retratados en el neorrealismo cinematográfico de los De Sicca, Visconti y Rossellini. La urgencia económica tampoco era ajena incluso a los ídolos de la época. De esa necesidad nace una de las historias más desconocidas del deporte, transcurrida en el Giro de Italia entre 1946 y 1951. Una feroz competencia por quedar el último en el pelotón. La leyenda de la «maglia nera».

Luigi Malabrocca, nacido el 15 de junio de 1920, era el más pequeño de sus siete hermanos. Apodado «Luisin» o «il Cinese» „el Chino, por sus ojos rasgados„ se diplomó como perito mecánico y el estallido de la guerra cortó su trayectoria como prometedor ciclista. Combatió en África hasta que fue repatriado por el choque emocional de haber perdido a dos hermanos en el frente. Regresó a su Tortona natal y volvió a subirse a una bicicleta.

Tenía hechuras, Malabrocca. Se impuso en la París-Nantes de 1947 y en la Coppa Agostoni de 1948, más otra docena de rondas regionales. Pero la fama real estaba en las grandes carreras internacionales, en las que corredores del perfil de Malabrocca únicamente podían aspirar a quedar clasificados en mitad del anónimo pelotón. Sin reconocimiento popular... y sin la recompensa económica que la Gazzetta dello Sport, diario organizador, había preparado para premiar al ciclista que, pese a quedar el último, resistía hasta el final, sin retirarse. Un homenaje en forma de maillot negro y unas nada despreciables miles de liras.

Trucos para ser el último

Malabrocca es de los primeros en darse cuenta de los beneficios de quedar el último. En ese objetivo ingenia múltiples trucos: simula problemas mecánicos, se esconde en llanuras, granjas y pozos para descansar, calculando siempre, eso sí, el tiempo máximo permitido para entrar en meta. De esa forma, Malabrocca arrasa en las ediciones de 1946 (último, en cuadragésimo lugar, a 4 horas y nueve minutos de Bartali) y 1947, cerrando el pelotón en el puesto 50, a 6 horas de Coppi. El Chino se convierte, así, en un ciclista idolatrado, conocido, con algunos ahorros.

En la edición de 1948, en contra de la voluntad de los aficionados, no es invitado el equipo de Malabrocca, que regresa entre vítores en 1949. A nuestro protagonista le había salido, no obstante, una feroz competencia por ser el peor. Sante Carollo, un pelirrojo de 24 años, albañil en su Vicenza natal, planta cara a Malabrocca. El duelo causa sensación en los medios y es casi tan seguido como la batalla entre Coppi y Bartali. Malabrocca encuentra cobijo en graneros y recaba información de un amigo policía que acompaña al cordón de seguridad de la carrera. Pese a todo, se llega a la última etapa, 267 kilómetros llanos entre Milán y el circuito de Monza, con una ventaja muy favorable respecto a Carollo. Malabrocca estaba a expensas de un milagro.

Un almuerzo muy largo

Luisin, directamente, desapareció, se hizo invisible. Ningún otro ciclista sabía de su paradero. La leyenda afirma que se detuvo en una casa de campo en la que sus hospitalarios dueños le ofrecieron un copioso almuerzo, café y una buena conversación que giró alrededor de los numerosos artilugios de pesca que coleccionaba el patriarca de aquella familia. Malabrocca no debió calcular muy bien el tiempo. Entró en meta con dos horas y media de diferencia respecto al penúltimo y no encontró siquiera la línea de llegada. Los operarios lo habían desmontado todo. Nadie le esperaba y había quedado descalificado. La gloria del máximo perdedor es para un Carollo que, satisfecho, se retira y vuelve a ser obrero.

El golpe anímico es fuerte y Malabrocca, decepcionado, prefiere dedicarse un tiempo al ciclocross. La lucha por la última posición pierde todo su atractivo, como se ve en la edición de 1950, en la que Mario Gestri gana el maillot negro sin enamorar al público. Así, la Gazzetta refuerza el premio económico para la edición de 1951, en un intento en vano de reclutar a Malabrocca. Giovanni Pinarello „legendario constructor de bicicletas años después„ se adjudica tal particular honor. Finalmente Malabrocca regresa en 1952. Pero acusa la inactividad y dura pocas etapas. Además, la maglia nera, su gran motivación, ya no existía. No tardó en retirarse. Falleció en 2006, con 86 años, en su localidad natal, recordando a todos los que se le acercaban que hubo un tiempo en el que fue toda una leyenda... por ser el peor.