El partido se jugará en un escenario mítico, como el Olímpico de Berlín, relacionado con grandes gestas del deporte y con episodios trascendentes de la historia política mundial. Durante décadas, el estadio berlinés ha luchado por despojarse de su etiqueta fundacional, al ser levantado en los años 30 del siglo pasado a mayor gloria de la Alemania nazi. Un pasado que se aprecia en la estética fascista de las esculturas que rodean su exterior.

Con esos delirios de grandeza el estadio Olímpico se inauguró para los Juegos de 1936. En una Europa que ya sentía la tensión próxima de la Segunda Guerra Mundial, más de cien mil espectadores asistieron, para disgusto de Adolph Hitler, que presidía el palco, a la portentosa demostración de fuerza de un joven atleta negro de Alabama, nieto de un esclavo e hijo de un granjero. Se llamaba Jesse Owens, se colgó cuatro medallas de oro. Un hito que no fue superado hasta la llegada de Carl Lewis.

El estigma nazi acompañó durante años al estadio. Ese pasado se combatió con la remodelación del recinto para el Mundial de Alemania 2006, en la que se mantuvo el aspecto exterior. Una nueva imagen quedaría grabada para la eternidad en el coliseo berlinés cuando en la final entre Francia e Italia Zinedine Zidane, en su última gran cita, agredió con un cabezazo a las provocaciones verbales de Marco Materazzi. Zizou fue expulsado y manchó el final de la brillante carrera del exmadridista.

El recuerdo de Owens sobrevoló las pistas azules de atletismo del estadio cuando en 2009, en los mundiales de atletismo, el jamaicano Usain Bolt pulverizaba la plusmarca de 100 metros lisos con un asombroso registro de 9 segundos y 58 centésimas.