Hace unos meses Quico Soro estaba pensando en jugar o no jugar el Individual. Todos tienen derecho a la duda, y los deportistas, sometidos a una presión especial, todavía más. Se preguntaba por el estado general de la pelota profesional valenciana y alzaba al viento una pregunta que se hacía demasiadas veces, «¿vale la pena ser campeón?». Era , creo, una llamada de atención hacia el estado calamitoso en que se encuentra el mundo profesional de la Escala i Corda, «rescatado» por la entidad federativa con el aval de un mecenas como López. ¿Ese estado puede perpetuarse? ¿Dependerá el futuro de los avales de gentes desprendidas? ¿Tendrá este deporte capacidad suficiente por sí mismo para sostener un tinglado profesional? ¿Qué futuro le espera a un campeón individual cuando deje los trinquetes? Porque hemos conocido de todo, y en todos los deportes?

Esa era en realidad, la intención de la pregunta de Quico Soro. Porque jugar el campeonato es lo más hermoso; una vez metido en la cancha no puede haber cosa más motivadora que restar esas pelotas envenenadas y devolverlas a la galería. No puede haber nada más hermoso para ese chaval continuador de la saga del Tio Pena, grande en tiempos de la guerra y emprendedor dirigente del trinquet de Massamagrell, que acabar la final, alzar los brazos al viento y abrazar a los suyos que han sufrido con él. En eso Quico Soro es un profesional íntegro, comprometido. Y ahí está esa soberbia demostración el pasado viernes en Vila-real para derrotar a Miguel, otro campeón, por 60 a 25.

El miércoles, en Guadassuar, se anuncia el duelo entre Puchol y Miguel, decisivo para ambos. Si gana Puchol, ya habrá final. Si gana Miguel, habrá que esperar al duelo entre Soro III y Puchol del próximo domingo en Vilamarxant.