El corazón de Juliet d´Alginet, dejó de latir el sábado, a media tarde, la hora del sudor frío de nieve de Lorca. A media tarde, la negra pilota de vaqueta derramó entre sus gajos, sus ocho gajos, lágrimas de quien no quiere ver las pálidas manos que con tanto cariño la acariciaron. Adiós a Juliet, eterno. ¡Qué gran pelotari en el trinquet! ¡Qué gran hombre en la plaza! ¡Qué huertano entre acequias de naranjos y limones! ¡Qué palabra de hombre! ¡Qué compostura la suya, rayo de humildad que ilumina las losas del trinquete rendido a su figura! ¡Aplausos que honran su honradez!

Se ha ido Juliet d´Alginet, D. Julio Palau Lozano. Había llenado los trinquetes de la tierra valenciana cada tarde que jugaba contra el Xiquet de Quart por el que sentía una devoción sin límites, casi tanta como la que derramaba por quien le arrebató la supremacía: D. Antonio Reig Ventura, «Rovellet». Aquí, en las alturas de Pelayo, ha quedado para siempre su rostro de hombre serio, de palabra y de mirada serena. Y allá en el cielo ha sido recibido con alegría desbordada por las manos del Nel, de Simat, de Quart, de Mora y Ferrer, de Llíria y de Miguel. Cartel de feria exclusivo del empresario del cielo€

Allá podrán anunciar los desafíos más atractivos, cantados por Antonio Miralles, «Canana», que ha querido irse unas horas antes como mensajero que precede y anuncia la llegada venturosa de las manos del «xiquet» que plantó cara a Quart, al hambre, a un tiempo oscuro, «en el que es feren coses que no estigueren bé», pues Juliet, siempre callado, siempre prudente, siempre amable, sabía bien dónde estaba lo que estaba bien y lo que no estaba bien. Y me lo dijo, así, bajito, como si todavía sintiera el miedo que nunca sintió en los trinquetes.

«La afición ha perdido un pelotari, de luto está la tierra, de fiesta el cielo», oirá cantar a Valderrana, de quien era admirador, como lo fueron todos los que crecieron entre pan de maíz y gasógeno, de quienes, como él emigraban cada tarde a los trinquetes de La Ribera, de La Plana, de La Marina o de l´ Horta con su maleta de madera, su «faixa roja», su camiseta blanca de botones, sus pantalones blancos de pintor, sus guantes de cuero duro y sus naipes. Aquella maleta que regresaba a casa, a la hora que tocaba, a la hora decente, para entregar a su madre el dinero ganado con acrisolada honradez y que las manos amorosas de quien le educó en el bien, lavasen su ropa de faena con la que se labraba un jornal siempre bienvenido.

Nos ha dejado Juliet y un sudor frío de nieve en una tarde cálida de noviembre ha recorrido el alma de la pilota valenciana. Que doblen las campanas por la muerte del pelotari que salvó este deporte. Que su recuerdo permanezca como un valenciano de bien. Que el lastimero tañer de sus lenguas nos recuerde al hombre que, cada mañana, a la hora del alba, marchaba a acariciar con sus manos los naranjos ganados en buena lid. Que lo hagan por «tot un home», tres palabras, un verso, un discurso, un tratado que utilizó su admirador, Lorenzo Millo, para dibujar su grandeza.

No, Juliet no se queda solo en aquel nicho oscuro y estrecho de Bécquer; pueden caer lluvias en sones eternos, soplar vientos en su último asilo, puede entrar la noche oscura; puede el gélido invierno helar sus huesos€ Juliet no se quedará solo; porque su alma queda entre los gajos de cada pilota de vaqueta que la artesana mano de un buen valenciano elabore con esmero; entre las murallas de cada trinquete valenciano en esa memoria que las gentes del pueblo reservan en un rincón de sus corazones para quienes le hicieron vibrar de emoción. Descansa en paz Juliet. ¡Que digo en paz! Ya está Juliet disfrutando de un perfecto sobaquillo para restar el carxot de Quart o la volea de Mora€ en un cartel exclusivo del empresario del cielo.