Rafael Benítez, destituido este lunes como entrenador del Real Madrid , salió del club que siempre quiso dirigir por la puerta de atrás, con el trabajo a medio hacer y sin el reconocimiento que siempre soñó y que anteriormente logró en equipos como el Liverpool y el Valencia.

El empate en el estadio de Mestalla frente al Valencia (2-2) selló el destino de un técnico que lloró emocionado el día de su presentación y que casi nunca consiguió conectar con un público que se mostró muy crítico con él en los últimos tiempos. Tampoco con sus jugadores, que todavía añoraban a Carlo Ancelotti, su predecesor en el cargo.

Carlo Ancelotti, "el pacificador" tras la convulsa "era Mourinho", dio paso a Benítez, que llegó al club madridista con el sambenito de ser un técnico "amarrategui" por su anterior etapa en Italia al frente del Inter de Milán y del Nápoles que tal vez hicieron olvidar las más exitosas en Liverpool y Valencia, clubes con los que ganó una Liga de Campeones, dos Ligas, una Copa de la UEFA e incluso llegó a disputar otra final de la máxima competición continental.

Sentarse en el banquillo del Real Madrid siempre fue su máxima ilusión. Eso es innegable en un entrenador que se formó en las categorías inferiores del club blanco y que respira madridismo por los cuatro costados. Por eso, cuando fue llamado por Florentino Pérez lo dejó todo y se subió a un carro muy complicado de dirigir.

Sus lágrimas espontáneas cuando habló por primera vez en el palco del estadio Santiago Bernabéu fueron muy aplaudidas entre el aficionado blanco, que agradeció que en su banquillo se sentara un entrenador con sentimientos verdaderamente merengues. "Es un día especial, se cierra el círculo", declaró aquel 3 de junio en el que fue presentado ante los medios de comunicación.

Sin embargo, la felicidad de ese instante no siempre la tuvo en su rostro a lo largo de los 216 días de su reinado, o, lo que es lo mismo, siete meses y dos días. Ese es el tiempo que ha aguantado Benítez en un banquillo que puede quemar a cualquiera. Y, al ya ex entrenador del Real Madrid, le quemó porque casi siempre tuvo algún lío que afrontar.

La lista es alargada. Primero, con Cristiano Ronaldo. Algunos tacharon de poco inteligente sus respuestas iniciales de pretemporada cuando le preguntaron por si el portugués era el mejor jugador del mundo. Su respuesta no fue contundente y tal vez molestó a su estrella. Tal vez su pecado fue ser sincero y luego rectificó cuando ya no era creíble.

Con Sergio Ramos tuvo otro encontronazo dialéctico cuando en una entrevista reprochó a su defensa un fallo que tuvo ante el Atlético y éste le respondió días después que igual que se hablaba de su error, también se podría hablar de los cambios. La comunión con el capitán no fue total.

Ni con James Rodríguez, a quien acusó de no estar en un buen momento de forma justo al salir de una lesión. También se instaló un aroma extraño alrededor de Isco Alarcón, al que apenas le dio minutos en los últimos encuentros.

Todos esos choques, más situaciones que él no pudo controlar como las múltiples lesiones musculares, el asunto Benzema-Valbuena, el fichaje fallido de David De Gea o la eliminación en Copa por la alineación indebida de Cheryshev ante el Cádiz, pudieron influir en el devenir del juego blanco.

Pobre balance

Y en el campo llegaron los resultados, que no acompañaron. Benítez dirigió 25 partidos oficiales de los que ganó 17, empató 3 y perdió 5. Además, su equipo marcó 69 goles y recibió 22. En la tercera plaza de la Liga el juego de sus jugadores tampoco mitigó su mala clasificación. La mayoría de las veces fue aburrido, previsible y con bajones inexplicables en las segundas partes.

Fruto de todo eso, el Real Madrid no fue capaz de ganar casi a ningún grande. Fue humillado por el Barcelona (0-4), perdió contra el Villarreal (1-0) y el Sevilla (3-2) Y empató contra el Atlético (1-1), el Valencia (2-2). Sólo fue capaz de ganar al París Saint Germain (1-0) después de recibir un baño de los franceses y al Athletic en San Mamés por 1-2.

Al final, todos esos números son los que más importan. A veces lo que pasa dentro de un vestuario no es reflejo de lo que ocurre fuera. Pero, en esta ocasión, es posible que la ausencia de Carlo Ancelotti, muy respetado por sus hombres, fuera demasiado pesada para un entrenador que lloró de emoción cuando llegó al club y que se marchó sin gloria por la puerta de atrás.

Curiosamente, antes del último pinchazo en Valencia, apeló al equilibrio que siempre pidió el técnico italiano. Sus jugadores no se lo dieron y su cabeza rodó.