Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Iriondo, vestigio del fútbol placebo

Iriondo, vestigio del fútbol placebo

Rafa Iriondo era el último vestigio de las delanteras históricas. Las delanteras con endecasilabo. Las que se recitaban como oración. Las que muchos niños de la posguerra tuvimos en nuestros cromos. Rafa Iriondo era la última imagen de una delantera que sirvió casi de coartada al régimen porque con ella se pretendió identificar la imagen de la raza, el espíritu de los chicarrones del Norte, el placebo para una sociedad dolorida. El ejemplo de una generación que vino a suplantar la que había desaparecido durante la Guerra Civil, fundamentalmente en el exilio.

Los años posteriores a la Guerra necesitaron el bálsamo del fútbol para que un país dividido con amplias zonas de luto y lágrimas recientes, tuviera motivos para reconciliarse con actividades de ocio. Las alineaciones con cinco delanteros eran la estampa clásica y la orla de todos los equipos. Con anterioridad ya habíamos conocido ataques clásicos como el ovetense con Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín o también el vizcaíno con Lafuente, Chirri, Bata, Iraragorri y Gorostiza.

En los años cuarenta y parte de los cincuenta fue muy nombrada la «delantera eléctrica» del Valencia con Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza. En esa etapa histórica en A Coruña vivieron las emociones de la Orquesta Canaro con Corcuera, Osvaldo, Franco, Moll y Tino. Lo vallisoletanos la gozaron con Revuelta, Coque, Vaquero, Aldecoa y Juanco. El Barça, que había perdido gente en el exilio, tuvo un capitán apellidado Franco, medio centro, y delante contó con Sospedra, Escolá, Martín, Balmanya y Bravo, pero la del quinteto con el que alcanzó la excelencia fue el de Basora, Kubala, César, Moreno y Manchón. Por entonces ya habían llegado los extranjeros. El Español, entonces con eñe compitió con Macala, Jorge, Chas, Oliva y Mas.

El Atlético de Madrid presumió de la «delantera de seda» en la que formaron Juncosa, Vidal, Silva, Campos y Escudero y su mayor gloria la alcanzó con Juncosa, Ben Barek, Pérez-Payá, Carlson y Escudero. El Madrid que acabó confeccionando delanteras extraordinarias coo la formada por Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento, Ene los años cuarenta cuando inauguró el nuevo estadio contó con Alsúa, Barinaga, autor del primer gol en el estadio, Pruden, Molowny y Vidal. Pero fue con Di Stéfano, en los cincuenta cuando hubo recitado.

El Sevilla, ganador de la primera Copa del Generalísimo, hizo famoso el quinteto López, Pepillo, Campanal, Raimundo y Berrocal. Las delanteras con endecasílabo cundieron en todas partes. El Castellón en su primer ascenso a Primera obligó a que aún se guarde memoria de Arnau, Hernández, Basilio, Safont y Pizá.

Pese a los problemas que hubo para conseguir conjuntos que reemplazaran con el mismo interés de los aficionados, fue evidente que el crecimiento del fútbol cubrió las mayores expectativas. Así aumentaron en los estadios el número de espectadores, hubo obras de ampliación y todos los deportes quedaron minimizados. Ciertamente, con anterioridad, tampoco ninguno había competido con el balompié, salvo el boxeo. Sin embargo, el atletismo, por ejemplo había tenido practicantes en todas las regiones.

La posguerra fue el tiempo de las grandes emociones futbolísticas. Los bilbaínos fomentaron su leyenda de Reyes de Copas y en tales títulos como en los conseguidos en Liga estuvieron presentes los cinco de la fama a quienes se añadió Iraragorri, que regresó a España tras su periplo con la Selección de Euskadi y su estancia en el fútbol argentino. De este país volvieron ya en su declive Lángara, que había sido con San Lorenzo de Almagro dos años máximo goleador en Argentina y Ángel Zubieta.

Iriondo fue uno de los supervivientes del bombardeo de Guernika por los nazis. «Aquél día fue horrible», me contó. «Primero hicieron una pasada los bombarderos alemanes. Después, volvieron y fue peor. Nos tuvieron cuatro horas en constante angustia. No se podía salir de los refugios. Lanzaban bombas rompedoras que hacían un ruido enorme. Cada vez que asomabas la cabeza para ver el exterior sólo veías llamas. Estaba todo ardiendo. Guernica quedó en ruinas. Después de aquello nos fuimos a vivir a Bilbao.».

La vida de Iriondo fue compleja. En Bilbao «fui joven gudari y cuando entraron los nacionales fui soldado nacional». Rafa se definía como futbolista tardío porque jugó dos partidos en el Guernica con quince años y después pasó por el futbol africano con motivo del servicio nacional. Anteriormente, acompañado de un amigo había acudido a San Mamés donde hacían pruebas. «Era miércoles y al final del examen me dijeron que me preparara para jugar el domingo en el Bilbao Athletic».

Rafa fue entrenador con éxito puesto que también fue campeón de Copa dirigiendo al Betis. La final fue en el Vicente Calderón y él en el banquillo y Esnaola que tiró el penalti que batió a Iribar y dio la victoria a su equipo, fue el triunfo de dos vascos.

Iriondo era entrenador exigente y de ahí que permanezca la anécdota en la que Rogelio, ídolo y artista del Betis, aguantó varias peticiones desde el banquillo para que corriera. Se acercó a Iriondo y le espetó: «Mister, no corro porque correr es de cobardes».

Iriondo se quedó solo cuando falleció su gran amigo Telmo Zarra. Ambos pasearon juntos durante años y no perdieron un ápice de su popularidad y afecto de los bilbaínos. Con Iriondo se ha ido la última huella del fútbol placebo. El de los años cuarenta.

Compartir el artículo

stats