Miguel, Pere y Héctor II ofrecieron ayer en Pelayo, ante una afición que rozó el lleno en las gradas, una de esas partidas soñadas, por lo perfectas. Lo hicieron todo bien de principio a fin y consiguieron una victoria contundente: 60 a 25. Nadie esperaba un resultado de esa naturaleza. ¿Jugó mal Soro III? Nada de eso. ¿Acaso fue Salva el que falló? Nada de eso. ¿Qué pasó para que pasara lo que pasó? Misterios hay pocos en el deporte.

Puede haber ciertos caprichos de la pelota de vaqueta que se nos vuelve juguetona y que ayer en varias ocasiones quiso castigar a la pareja; puede haber cierto bloqueo sicológico en un deportista que se ve desbordado por las prestaciones del rival; puede haberlo. Hemos visto a grandes figuras naufragar incomprensiblemente. Son humanos.

Pero ayer, la pelota no fue decisiva, ni nadie naufragó. Ayer lo que ocurrió fue que Miguel de Petrer recuperó la prestancia de sus mejores galas y exhibió una porte e inspiración que desarboló a Soro III, no con poderosos pelotazos sino con pelotazos sabios, no a base de quererle jugar de tú a tú, sino a base de jugarle para que no pudiera jugar. Y eso sólo lo sabe hacer alguien que sabe mucho. Así es que, en Pelayo, donde se supone que Soro III se siente muy a gusto, llegó Miguel y consiguió que el campeón sintiera desasosiegos y ansiedades.

Pongamos a Miguel una nota de matrícula y a sus compañeros un más que sobrado sobresaliente porque si bien Pere falló algunas pelotas, un máximo de media docena, hizo más «quinzes» que nadie.

Habrá que convenir que en la pelota no gana quien menos falla, sino quien más veces remata, quien más «quinzes» sube al marcador. Y Pere es de esos que cuando interviene lo hace con espíritu rematador, pegador, devorador.

Le cunde la faena. Para templar y aburrir con sus paradas, con sus dejadas a la escala, con su perfecta colocación y templanza ya está Héctor II, al que no se le recuerdan fallos. En un panorama de tanta perfección pocos remedios fueron capaces de encontrar la pareja de Soro III y Salva, que por si no fuera suficiente con la inspiración de los rivales hubieron de soportar la insoportable caída de la pelota, pesadamente muerta que suele dejar en la «ferida» ese matador que es Oltra.

Ahora, a esperar el duelo del Trinquet de la Ciutat de la Pilota. Oigan, no crean que con este resultado ya está dicho todo. Se ha revalorizado el trío, indudablemente, pero no se ha devaluado la pareja. Puede ocurrir al revés. Esa es la grandeza de este deporte.