Junto a la foto que es escultura de Jorge Oteiza en Azkoitia posan cuatro jóvenes chicas pelotaris; unas llegan desde los verdes valles de los montes vascos; otras desde el azul mediterráneo. Juntan sus manos valientes, que han acariciado el cuero de la pelota desde niñas y que ahora tienen el privilegio de protagonizar el primer encuentro oficial entre las selecciones de dos de los territorios que miman un deporte que es memoria emocional de sus gentes. Sonríen.

Detrás de esa estampa hermosa, ¿a quién se le ha ocurrido esa foto, ese entorno, ese momento?, se encierran mil símbolos apretados, envueltos en un mar de sensaciones agradables. Son mujeres que aman un deporte escrito por y para hombres. Ellas, Patri Espinar, Jaione Zulaika, Ana Bélen y Sara Gil, plasman la más bella alegoría de la fusión de historia y futuro, de tradición y modernidad, de lucha por la igualdad. Sonríen.

Jorge Oteiza crea una obra escultórica y arquitectónica que transporta el culto al deporte vasco por antonomasia desde la historia a la eternidad. Sentimiento hecho arte, juego de ancestros sobre rectas que encaran el cielo, como el buen saque de Bote Luzea o de Llargues.

Como el saque de Álvaro de Tibi, « el mejor saque de todos los tiempos», dicen en lengua euskara. Azkoitia rinde tributo a la «txapela» roja con la que siempre jugaba Mariano Juaristi, nacido en el caserío de los Atanos, todos ellos pelotaris. Y allí, contempladas por los montes que encierran historias mitológicas, las manos entrelazadas de cuatro jóvenes vascas y valencianas testimonian que hay una voluntad férrea de construir juntos un futuro común desde el sincero respeto a las diferencias. Sonríen.

«Unir en la Diversidad» es un lema que luce orgullosa la CIJB, una Confederación que no sólo aglutina deporte, que bien poca cosa sería entre el océano de ejercicios que dicen competir por lucirse unos días en unas olimpiadas?No, la CIJB y su esencia confederal desde su creación un 13 de mayo de 1928 en Bruselas, va mucho más allá: explora en la identidad de los pueblos que quieren seguir siendo pueblos; investiga la antropología cultural a través de su lengua, sus costumbres, sus ritos, sus mitos. Por eso su propuesta es atractiva, justamente porque respeta la esencia y busca el encuentro de identidades a través de una manifestación que se repite desde las primeras civilizaciones, en África, Europa y la América prehispánica. En este Encuentro vasco/valenciano poco importaba un resultado deportivo ante la grandiosidad de la propuesta: unir pueblos desde la libertad. De eso entienden poco los que quieren unir en la uniformidad, antinatural globalización que pisotea los derechos básicos de individuos y sociedades, en un ataque a la memoria emocional.

Allí, en las plazas de Amézketa, de Azkoitia, de Oiartzum, los valencianos han podido ser valencianos en tierras vascas. A la vuelta, cuando los pelotaris vascos lleguen a Valencia podrán seguir siendo vascos jugando a «pasaka» en un «Trinquet de Pilota Grossa» como el de Confrides o Parcent; o a bote luzea en una plaza como la de Sella o a pelota a frontón en cualquiera de las muchas paredes preparadas. La pilota valenciana o la pelota vasca sueñan como horizonte de futuro la eternidad de sus almas.

¿Hay otro proyecto más hermoso?