Ocupaba Miguel la posición de mitger cuando una pelota envenenada le cayó en medio de la cancha tras tocar la muralla transparente. Apenas botaría palmo y medio. Otro pelotari hubiera jugado a pasarla, a alargar el quinze, a verlas venir. Miguel pensó que era el momento de rematar magistralmente la partida. Con esa facilidad que sólo él tiene para el carxot lanzó un verdadero obús a «un dit de corda» que se metió entre piso, muralla y rebote, absolutamente irrestable.

Hemos visto muchos finales, ninguno con un golpe tan difícil y bello al mismo tiempo. Un golpe que era justo premio a la impecable trayectoria de un equipo, el de Pedreguer, que ha ofrecido de principio a fin de competición un ejemplo de compenetración, seguridad y espíritu de victoria digno de alabanza.

Exhibición de pilota

El carxot definitivo, el que llevó a un eterno abrazo en el centro de la cancha, sintetiza a la perfección el juego de Miguel, que ayer creó una hermosa sinfonía clásica interpretada con la elegancia que merece un marco como el de Moncada. Fue la suya una exhibición de acordes armónicos que permitieron al espectador asombrarse de la facilidad con que una pelota jugada a la altura del nueve puede, de volea, dirigirse milimétricamente el palquet para rematar el quinze; o ejecutar un dau de carxot que cruza oblicuamente la cancha para morir envenenado entre rebote y muralla. Y todo acompasadamente, sin una disonancia, con melodías y contrapuntos, atendiendo a los tiempos que requiere el juego amoroso entre el jugador y la pelota. Miguel dominó a la perfección el cuero, y entregado a la pasión sensual remató su sinfonía con el golpe más hermoso que pueda imaginarse y el derroche de gozo consiguiente.

Éxito conjunto

La competición la ha ganado el trío; es el éxito de todos, incluido el del jovencísimo Marc que seguía desde la grada el desarrollo de la partida, pero en esta final los acordes más bellos, los trazos más hermosos, la poesía, la ha puesto ese chaval de Petrer que, calladamente, humildemente, como si no tuviera importancia, ha esculpido en mármol de Monòver una bellísima alegoría de esa excelsa forma del Joc de Pilota creada por los valencianos. Miguel, compositor y director, supo animar el espíritu inquieto de Pere, y aliviar sus dudas en esos momentos en que se olía una posible remontada, que con Soro III enfrente nunca se sabe. Así, el de Pedreguer pudo regalar a Sara una victoria para celebrar el primer aniversario de boda.

Ha completado un torneo de ensueño. De Héctor II, apenas se ocupó Miguel porque el de Massamagrell siempre hace lo que tiene que hacer, jugar y dejar jugar, que todo eso es interpretar a la perfección el papel de punter. Héctor nunca falla, ¿alguien le vio ayer, le ha visto en todo el torneo una ligera estridencia, un fallo en el ataque a la cuerda de su violín? Rendidos, así quedaron Soro III y Salva ante la perfección mostrada por sus rivales.

Lucharon con fuerzas desiguales frente al imbatible poder de la poesía.