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Pilota

"A los pilotaris de ahora les falta tirón y carisma"

Dos maneras de entender la pilota unidas por el amor al juego y una vida junto al trinquete de Pelayo

"A los pilotaris de ahora les falta tirón y carisma"

­«Menuda parella haguéreu fet!». Antoni Reig Ventura, más conocido como «Rovellet», (Valencia, 84 años) y José Vicente Grau Juan, «Grau» en el trinquete, (Valencia, 48 años) pertenecen a dos generaciones de pilotaris muy distintas. Rovellet es una leyenda en vida, el paradigma de la elegancia que marcó una época en la pilota. Grau, en cambio, fue el desacomplejado mitger que desafió a todos los restos, el único que ha sido capaz, hasta la fecha, de ganar un torneo Individual arriesgando en cada pelota como si fuera la última. Ambos se criaron, y viven, en la misma calle en la que se erige Pelayo. Allí, en las paredes de la «catedral», comenzaron a pelotear hasta formar parte del selecto club de jugadores con carisma, los únicos que acaban dejando huella en un deporte que sobrevive aferrado a las esencias. Por eso, cuando se encuentran un sábado en el trinquete, los aficionados se acercan para recordarles sus quinzes imposibles o aquella partida en la que, inexplicablemente, apostaron en su contra.

«Para mí Pelayo es una prolongación de mi casa. Estoy en el comedor, doy un paso, y puedo caer encima. Cuando iba al trinquete de pequeño mi madre me decía: ´¡sin bajar de la acera!´. Pero mucha gente de Valencia no sabe ni dónde está. Incluso los vecinos del barrio, los hay que nunca han entrado», explica Gau, cuya casa está justo enfrente de la de Rovellet, prácticamente pegada, pared con pared, al trinquete. «El otro día bajé y entré para hacerme un cortado. Había un señor preguntando por el trinquete. Quise saber de qué pueblo venía y resulta que vivía en la calle Alicante, al lado de la estación. Pues ese señor no sabía qué era Pelayo. Así está la pilota en Valencia», apunta Rovellet.

«Antes la pilota estaba mucho mejor que ahora. Cuando yo empecé a jugar no existía esto de las apuestas por internet, los bingos...», dice Grau antes de que Rovellet le interrumpa: «Yo no lo veo así. Había lo mismo que en la época de Genovés, pero entonces había jugadores con carisma. A los de ahora les falta tirón y carisma para que la gente los conozca. Y luego, claro, está la crisis, que ha jugado un papel muy importante. Y por supuesto, la falta de información. La gente no sabe dónde está el trinquet. Eso es para fusilarnos. Los jugadores no han sabido poner a este deporte en el lugar que se merece. También están los estamentos públicos, que no han creído nunca en la pilota. Me hace gracia cuando dicen eso del deporte autóctono. ¡Si no saben cómo se juega!», argumenta el mítico jugador mientras apura un café frente a Grau en la cafetería de Pelayo.

«Está claro que tiene que haber un revulsivo en el trinquete para que la gente venga a verlo, eso es lo que pasó con Paco Genovés», añade Grau, quien, a su manera, fue un revolucionario en su forma de jugar como mitger. «Paco dejó de jugar y me hacía ilusión probar a jugar un Individual. Entrenaba solo y me veía con posibilidades. Lo jugué cuatro años y a la tercera final lo conseguí. Eso sí, me quedé con las ganas de ganar un Bancaixa, aunque jugué una final contra los tres mejores: Genovés II, Sarasol II y Héctor. Para ganar había que sudar mucho. Tenía buena izquierda por arriba y sabía que tenía posibilidades, si no no lo hubiera hecho», rememora Grau.

Por su parte, Rovellet fue la elegancia personificada en el Dau. «Creo que tenía visión de juego. Yo veía la pelota y sabía qué efecto iba a hacer, los rebotes que haría. Se corrió la voz de que la pelota me perseguía, una tontería. Por eso no me tiraba por el suelo y nunca me manchaba. Ahora juegan al revés: Los delanteros por abajo y los restos a volea. Cuando veo eso me voy. No se saben colocar para el rebote. He sacado la conclusión de que antes se jugaba a pelota y hoy sólo le pegan a la pelota», afirma, crítico, Rovellet.

«Las pelotas son muy pesadas ahora. Si le pegas bien es difícil devolverla. Por eso ahora hay más lesiones y encima con galerías prohibidas. Cuando te cansas y juegas el brazo padece. Estar durante hora y media con tantas pelotas en cada quinze... Si vienes cascado de otra partida lo normal es que te lesiones», indica Grau.

Para Rovell, no es más que una consecuencia de la poca fuerza del colectivo de jugadores. «Los pilotaris hemos sido los más tontos siempre. Nos han engañado, nos han pagado calderilla... En mi época se quiso arreglarlo para que cotizáramos la seguridad social, pero a la hora de la verdad cada jugador quiso ir por su cuenta, un desastre. La unión hace la fuerza y los pilotaris nunca han estado unidos», señala Rovell. «No tenemos prestigio porque los jugadores, los de ahora y los de antes, han ganado dinero, pero no como los futbolistas. La gente ve a los futbolistas, cómo viven y quiere ser como ellos. Yo hubiera querido ser como Cristiano Ronaldo, retirarte con 35 años y ya está. Pero yo me retiré y me puse a trabajar y eso lo sabía desde que empecé a jugar. Aún así, yo repetiría si la pilota estuviera como antes, como está ahora, no», advierte Grau.

Que hay cosas que cambiar en la pilota valenciana es una opinión compartida por los dos exjugadores. De ahí que, mientras Rovell expone su teoría, Grau asienta con la cabeza. «¿Tú has visto algún deporte que no tenga un reglamento? A mi que me perdonen, pero que no haya la fuerza y la categoría para ir al gobierno de turno, del color que sea, me da igual porque no entiendo de política, que no tengan lo que hace falta para ir y exigir lo que le corresponde a la pilota...», subraya Rovell, quien ha visto pasar los años buenos, pero también los duros, de la pilota. «Cuando se acabó la guerra, por política, en el trinquete, que siempre se ha hablado en valenciano y en duros, pues se prohibió que se jugara a los rojos. Sólo se podía apostar a los ´encarnados´. Luego abrieron una ventana en la pared del trinquete, como una tele de grande, y entre partida y partida sacaban una radio y sonaba el Cara al sol. La gente no cantaba, pero todos se ponían en pie. Hasta que taparon la ventana», revela Rovellet.

Menuda parella haguéreu fet, collons!

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