Una tarde de cualquier sábado en un pueblo valenciano. Es la hora de comenzar la partida de pilota valenciana del campeonato federativo de clubes. Unas decenas de espectadores; un marxaor, un caixonet de les pilotes, les marxes en una partida de ratlles, quizás algún anciano sentado en la acera, con la vieja silla de boga, esperando el espectáculo que conoció en su niñez y al que ha sido fiel toda su vida. Con un poco de suerte varios chiquillos han precedido la partida grande con la correspondiente al campeonato de promoción. En el bar de la esquina quizás cuelgue una pizarra con la partida de competición. El bando del Ayuntamiento la ha anunciado por los altavoces de cada esquina. Algún joven del club, dominador de las nuevas tecnologías, ha creado un atractivo cartel que ha subido a Facebook, espacio común donde grupos de aficionados intercambian información.

Ellos, los que esta tarde participan, quizás en la última de las categorías del Trofeo El Corte Inglés, o en la Lliga de Raspall o de Llargues, no sueñan con ser figuras en el mundo profesional, simplemente se divierten aunque sea a base de dedicar tres cuartos de hora a prepararse las manos, un ritual tan atractivo como una buena volea que cruza la calle de punta a punta. Mientras se protegen los dedos del durísimo impacto de una pilota de vaqueta, cuidada previamente por el marxaor que no olvida revestirla de reluciente betún, surge espontánea la conversación amigable, quizás el reto personal, el desafío que se concierta para dentro de algún tiempo.

Se cultiva la amistad, la camaradería, ese valor de convivencia del deporte. Han elegido la pilota porque les gusta, les encanta enfrentarse con valentía al contacto físico de su mano con el duro cuero; muchos ha optado guiados por la militancia del que siente algo especial por ser heredero de una tradición centenaria. Parlar valencià i jugar a pilota€

El club, que quizás haya conseguido que un comercio o una pequeña empresa local le pague los equipajes, „la Caja Rural ya desapareció en un proceso de fusiones y no hay más ayudas„, quiere estar al corriente de las nuevas tendencias. Quiere ganar el futuro y sabe que la mujer pide, exige paso. Y abre su escuela a la presencia de niñas. Las madres tan contentas; los padres colaboran en el transporte a este y aquel pueblo; la monitora es buena profesional, controla las asistencias, la progresión de su alumnado, sabe hacer grupo. «Hay que empezar por las bases para garantizar la afición del mañana», repite mientras el viejo aficionado se pregunta si serán precisas tantas martingalas para sostener la afición: «Hay mucha competencia en la oferta lúdica y debemos profesionalizarnos. Que los padres elijan un deporte que fomenta el juego limpio, en el que el pelotari está obligado a confesar su falta, un deporte en el que no hay contacto físico, ni esfuerzos sobrehumanos y peligrosos€», responde la profesora de pilota.

Comienza la partida. La victoria del equipo local es trabajada. De vez en cuando hay pelotas de mérito que reciben esos aplausos de unos aficionados que aprietan los dientes para que gane el equipo local. «Aquí venimos a ver ganar al equipo del pueblo. Sufrimos cuando se pierde el quinze. Sabemos cuándo se juega bien, mal o regular, pero lo importante es ganar. Somos como Simeone. ¿La posesión? ¿Qué es eso? Venimos a ganar».

Ha ganado el equipo. Ya están en las semifinales. Quién sabe si accederán a la final. Y si la ganan habrá fiesta grande, con recepción oficial en el ayuntamiento. Y hasta puede que ofrenda a la Virgen aparecida del pueblo, o al patrón, que la tradición es la tradición.

Una tarde cualquiera en cualquiera de los muchos pueblos valencianos que han sabido mantener el Joc de Pilota.