A tres meses de entrar en la treintena, Héctor Barberá ha encontrado motivos para sentirse otra vez un piloto de primera clase. De repente, está en las quinielas para estar en el grupo de cabeza la próxima temporada, compitiendo posiblemente por el podio. Palabras mayores. Se lo ha ganado por ser, este año, el mejor con una moto no oficial. En la progresión del valenciano intervienen muchos factores y uno de ellos también tiene dos ruedas. La práctica del ciclismo no es sólo una pasión para Barberá, sino una habilidad escondida, latente desde su infancia. Resulta que también es un excelente ciclista, tanto de montaña como de carretera, aunque su especialidad es, como en la moto, el asfalto.
A Héctor Barberá se le iluminan los ojos cuando habla de su afición «secreta». En el ciclismo ha encontrado una doble vía perfecta para mejorar como piloto: es la forma más adecuada para ganar fondo y, después, le mantiene el nivel de motivación en el punto máximo. Su habilidad sobre la bici es una evidencia. Lo dicen los datos que refleja la aplicación móvil GPS Strava de la que hace uso, una de las más utilizadas por el numeroso colectivo ciclista que colorea las carreteras valencianas. Resulta que sus resultados son asombrosos: Strava señala, por ejemplo, que hace poco fue el quinto mejor ciclista de los miles que han subido uno de sus puertos valencianos favoritos. ¡El quinto!
Los vínculos de Barberá con la bicicleta se han estrechado en los últimos años, desde que diferentes marcas le han ofrecido sus novedosas máquinas de dos ruedas (de alto standing, por supuesto) para sus entrenamientos. Su pequeña fisonomía (1.69 metros de altura, 60 kilos de peso) y el espíritu competitivo labrado desde la niñez, le permiten ser un excelente escalador. Una virtud que ha ido puliendo en los últimos años. Hace ya tiempo que aprovecha sus días libres, nada más regresar a Valencia después de un Gran Premio, para hacer largas salidas en bici. Hay semanas que rueda más de 3 días y no suele correr menos de 80 kilómetros por jornada. Es normal verlo por Nàquera y Bétera o por la vieja carretera de Valencia a Cullera por el Saler, uno de sus tramos favoritos. Y también subir los puertos del Segart o el Oronet. Sus ritmos, además, son vertiginosos para tratarse de un ciclista aficionado: sobre los 35 kilómetros por hora. Es normal: es fino, fibroso y tiene los músculos mucho más desarrollados que los de cualquier ciclista popular. El piloto ha alcanzado una salud cardiovascular de fondista profesional: 38 latidos por minuto. No demasiado lejos de las 28 del paradigma del ciclista perfecto, Miguel Indurain.
La habilidad del único piloto valenciano en MotoGP viene de lejos. Mientras sus hermanas, muy pequeñas, fueron obsequiadas con una moto, Barberá recibió una bicicleta como primer gran regalo paterno. A los 3 años, antes de subirse por primera vez a una moto, comenzó a desarrollar su técnica sobre la bicicleta. No se le daba nada mal, ha dicho más de una vez.
Las virtudes de Barberá con los pedales y el manillar le han llevado a competir, de forma ocasional, en alguna prueba. Este año participó, junto al excampeón del mundo de Superbikes Carlos Checa, en la Vuelta a Ibiza de ciclismo de montaña, una de las competiciones más exigentes de cuantas se disputan en España, que cada Semana Santa acoge a la flor y nata de la especialidad. Más de un experto quedó prendado de la habilidad del valenciano en las bajadas. Terminado el GP de Inglaterra, Barberá se prepara ya mismo para la carrera de Misano del próximo fin de semana. Después, tendrá días por delante para volver a subirse a la bicicleta. Le va bien. Está demostrado.
