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Tribuna

El muro de los delirios

El muro de los delirios

Para un debutante maratoniano, el paisaje de la carrera hasta el kilómetro 30 es agradable, a veces delicioso. Silbas, te presentas a corredores y hasta canturreas la canción de Alaska que suena en el kilómetro 18. Más de una hora después, llegas a la frontera de lo desconocido. Revisión de daños: la respiración, bien; las piernas, regular. Pero aparece el miedo. El final de la avenida de Tirso de Molina me lleva hacia el Bioparc. Otro debutante con el que comparto carrera desde el 12 se funde. Me quedo solo justo cuando el tío del mazo ha empezado a golpearme. Mi ritmo ha bajado más de 20 segundos y mi reto es llegar al 35, tomarme el último gel€ y luego ya veremos. Levanto la cabeza. La gorra bien calada.

Calculo la edad de los seis corredores con los que comparto una escena apocalíptica; por encima de los 45 años, como yo. A mi derecha, una chica con coleta rubia vomita. Otros van andando, vencidos por la fatiga. Me siento Rick en el segundo capítulo de The Walking Dead. Los pensamientos delirantes llegan de forma incontrolada. Dejo a mi derecha el Hospital General y pienso: ¿Me tiro al suelo y finjo un infarto? «Sigue, ¡vamos!», me grito. Otro delirio: «¿la palabra flipar viene del tal Filípides?»

Supero el 35, ingiero la última dosis de glucógeno y doblo enseguida hacia Archiduque Carlos. Lo he focalizado mil veces: a partir de aquí, déjate llevar. El color vuelve a la pantalla: ha salido el sol y me da de pleno. Pese a que las piernas se mueven como palos, recupero mi ritmo de carrera. Muro superado. Alcanzo el 38 adelantando corredores y me planto en la calle Colón. Hay un montón de gente que te aclama. Los zombis quedaron atrás y somos varios grupos lanzados hacia la meta. Muchos, como yo, con la cara desencajada, pero ya imparables.

El día siguiente, los efectos de la euforia de los últimos kilómetros se han convertido en unas agujetas jamás vividas. Andar recto es un desafío a la gravedad. Menos mal que hay amenaza de lluvia. El paraguas es el bastón que te sostiene. Porque ser debutante maratoniano tiene eso. O eres un zombi en la carrera... o lo eres al día siguiente.

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