Genovés II tiene a la afición encandilada, entregada. Ayer, con un trinquete lleno, en buena medida por tanto y tan bien que se habló de la semifinal de Guadassuar, muchos espectadores tuvieron que contenerse las lágrimas de emoción cuando tras titánica lucha, entrega absoluta, el «fill de Paco» abrazó a su padre después del último quinze. Quiso subir a la grada y abrazar a su madre y a su sobrinita.

Había ganado por 60 a 45 a un trío soberbio como el de Pere Roc, Santi y Bueno que se presentaba como favorito para la mayoría de la cátedra. Son detalles, los abrazos, que humanizan a un mago de la pilota. Y es que, hasta D. Antonio Barrios, gaditano que ayer se descolgó por Pelayo, atraído por un deporte del que había visto partidas por televisión y seguramente en recuerdo de los frontones levantados por los jesuítas de su tierra, acabó embebido por los golpes de un deportista empeñado en vivir entregado a la afición que su padre le inyectó en las venas cuando apenas caminaba.

El señor gaditano acabó enamorado de este deporte y creo que en buena medida por esa majestuosidad de izquierda de carxot de Jose, por su criterio en buscar el quinze siempre con maestría y por ese porte humilde pero señorial que irradia cuando cruza la cancha. Soberbia demostración que si enamoró a un gaditano, arrebató el corazón de Kàrele, una joven con pinta de periodista llegada desde Toulon, en el departamento francés de Var. Si llegan a tener almohadillas a mano hubieran colaborado a llenar la cancha cuando Jose dibujó un quinze de ensueño para redondear ese apretón final tras la igualada a 45.

Un apretón que subió la temperatura del trinquete a niveles veraniegos. Nadie se acordaba del frío. Genovés II contó siempre con la eficacísima ayuda de Pere y de Héctor. Tiene mérito derrotar a un trío que rindió a su máximo nivel. La final de Raspall acabó con el triunfo de Pablo, Coeter y Raúl sobre Sergio, Brisca y Miravelles por 25 a 10. Hubo también muchos aplausos.