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Un deporte en busca de autor

Un deporte en busca de autor

La pilota, en su esencia tan variada y diversa, tan singular, busca un relato que contar. Llevamos siglos de vida documentada y compartida con media Europa y, sin embargo, como en la obra de Pirandello, seguimos siendo personajes en busca de autor. Poseemos reyes pelotaris; nobleza, clero y plebe entusiasmados con la recreación más popular de nuestras gentes, de la vieja Hispania, incluidas sus islas „basta leer a Pérez Galdós para encontrar en sus obras expresiones inequívocamente originarias del juego de pelota„ y, erre que erre, buscamos un relato, un argumento, una razón última para abrir las puertas a su popularidad, a su masificación.

Tenemos un valor añadido: la identidad, la raíz secular; su apego a aquello que heredamos en el paquete sentimental de un pueblo. Tenemos ese valor mil veces cantado, vil veces alabado, glorificado. Poseemos mitos a los que adorar. Unos, con los testimonios de la voz de los viejos; otros con viejos periódicos y sus crónicas, o con las imágenes de la televisión a nuestro alcance. Tenemos todo eso que va más allá de lo material, pero no hemos encontrado la llave que abra las puertas a la masificación. En un mundo global seguimos mirando este deporte con ojos aldeanos. Y como en las tribus perdidas, cualquier innovación, cualquier contacto con el exterior tememos pueda corromper nuestra raíz o nuestro poder€ El valor añadido de lo autóctono, de una identidad rodeada de muros, sólo tiene un final: devorarse unos a otros. ¿Acaso no se notan los síntomas de hambre y desesperación?

Es triste que todo el proceso de internacionalización apenas cuente con el apoyo de unos pocos que tienen que soportar, además, el dedo acusador de los «auténticos».

Han de saber que caminan en contra de la corriente porque, hoy, con el roce de una tecla, de un icono, nos metemos en el último rincón del mundo, donde otros autóctonos nos esperan. Lo inteligente estará en cultivar una unidad diversa, respetuosa, que ponga en valor aquello inmaterial mientras unimos en lo esencial. No somos un deporte, que bien poca cosa sería; somos suma de identidades. Y sólo entonces seremos fuertes. Por eso, la grandeza de las competiciones de la CIJB: juegos comunes, viejos y nuevos, y valor especial para los propios del país. ¿Olimpiadas? No se renuncia, pero no es lo sustancial. Debemos aspirar a mucho más: al reconocimiento como valor sentimental de muchos pueblos de diversas culturas. Ese es el camino. Ese es el relato. Afortunadamente hay muchos jóvenes que empiezan a tener claro la necesidad de derribar muros.

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