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La preferida

La preferida

Desde que abolieron el servicio militar obligatorio, solo hay dos lugares en los que alguien como yo puede tratar con todo tipo de personas: la autoescuela y la redacción del periódico. La experiencia en el trabajo es espeluznante. Los de Deportes estamos expuestos a cualquier intoxicación, desprotegidos, mezclados con la gente normal y corriente. Si no lo creen, el compañero Vicent Chilet contó el otro día al respecto una escena clarificadora. «¡Menuda temporada de Mertens!», se le ocurrió comentar. «Esa serie no la he visto. ¿Está en Netflix?», le contestaron.

Si te descuidas, se te sienta al lado alguien dispuesto a casarse durante un Mundial, una Eurocopa o, aún peor, durante una promoción de ascenso. Con el tiempo, incluso tienes amigos así, y hay que quererlos igual. Gente que pregunta cada martes a qué hora es el partido de Champions.

A qué hora va a ser, payaso. A la de siempre.

Yo me casé en julio y en año impar, para evitar riesgos, aunque la vida había conspirado en mi contra. Mi suegra debe ser una de las únicas cinco o seis personas en el mundo que no saben quién es Messi o Cristiano Ronaldo. De hecho, cuando Delia, mi mujer, era pequeña, le decía cosas tipo imagínate que tienes un novio futbolero, en plan es lo más bajo que se me ocurre. El caso es que ese novio futbolero fui yo, y Delia se vio de repente en la grada, una semana tras otra, en un acto de amor nunca suficientemente valorado, máxime teniendo en cuenta que íbamos al estadio Castalia.

Lo he contado mil veces, pero qué más da. Mientras yo sufría en silencio, Delia construyó su propio vocabulario: llamaba paradores a los porteros, quitadores a los defensas, pasadores a los centrocampistas, y chutadores o metedores a los delanteros, dependiendo de la puntería. A los entrenadores los llamaba mandadores, porque mandan, aunque con esto queda bastante claro que la que manda es ella.

Al poco, yo cambié la grada por el pupitre de prensa y se perdió esa exploración lingüística de Delia, de imprevisibles caminos y consecuencias. Pese a ello, de vez en cuando dejaba su notas de calidad, sus pinceladas. Cuando España perdió contra Suiza en el debut del Mundial de Sudáfrica se mostró extrañada:

- ¿Pero no era la preferida?

- ¿Preferida?

- Sí, que iba a ganar, y tal.

- ¿Favorita?

- ¡Eso!

A veces me gustaría mantener una relación así con el fútbol. Ocasional, ligera, superficial. Pero nuestra enfermedad es crónica y de angustiosas consecuencias. Intentas huir, pero siempre vuelves. Como apuntó mi admirado Sergio Cortina, que ultima la publicación del Hooligan Ilustrado del Real Oviedo, nuestra mierda con el fútbol la explicó Constantino Rozzi, histórico presidente del Ascoli, en un par de frases. «La vida nos reserva instantes de alegría y años de sufrimiento. Lo importante es transformar los instantes en horas y los años en minutos».

El miércoles en Mendizorroza se vivió uno de esos instantes de alegría capaz de compensar años de sufrimiento. Un tal Manu García, que no sé si es bueno o malo, rico o pobre, un hijo de puta o una bellísima persona, se convirtió en el futbolista que ahora mismo envidio con más fuerzas. Manu García nació en Vitoria y es del Alavés desde niño. Debutó en Segunda B, subió a Segunda y a Primera, y será el capitán en su primera final de Copa.

Si pudiera volver a nacer y elegir una carrera, alguna así sería mi preferida, y mi favorita.

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