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Reportaje

"Nos insultan tanto que podríamos escribir un libro con todo lo que nos dicen"

Tres árbitros valencianos dan la cara contra el odio arraigado hacia su figura y piden ayuda de los clubes y altos estamentos para frenar la violencia en el fútbol base

"Nos insultan tanto que podríamos escribir un libro con todo lo que nos dicen"

«Es curioso, pero al final, arbitrar nos hace más fuertes como personas», coinciden Daniel Yuste (médico, 30 años), Alejandro Cantón (estudiante de Ciencias Políticas, 21 años) y Mario Cabrera (estudiante de Ingeniería informática y de ADE, 20 años), tres incipientes árbitros valenciano de fútbol elegidos al azar por Levante-EMV. Yuste, con mucho recorrido, arbitra ya en Segunda B; los otros dos lo hacen desde Primera Regional hasta las categorías más bajas del fútbol base. Conocen bien, por tanto, el terreno más hostil del balompié, allí donde resulta tan incomprensible saber qué convierte a un aficionado en un energúmeno como entender por qué alguien desea pasar su fin de semana siendo insultado. «Cuando uno empieza a arbitrar, es porque le gusta el fútbol. Por lo tanto, ya sabe cómo funciona. Lo pasas mal al principio, pero luego ya ni escuchas al público», aseguran.

Para alguien que nunca ha visto un partido de fútbol base, el nivel de tacos, testosterona y presión a los niños por parte de algunos padres y entrenadores, es sorprendente. El mismo nivel de hostilidad que ejerce el público en los campos de Primera División, pero sin escudos. Están solos y se juegan el pellejo. «En nuestra cultura, insultar al árbitro está muy arraigado y la gente se cree con derecho a decirte lo que quieras», explica Daniel. «El primer partido te sientes una mierda, pero luego te endureces y solo piensas en hacer bien tu trabajo. Hay veces que todo va muy bien y de repente te cae la del pulpo. Esa gente que lo hace es inculta, no sabe las reglas del fútbol, pero aquí todo el mundo se cree que sabe de todo. Pasa lo mismo con la política. Van a hacer daño y ya está. Lo peor que te puedas imaginar es lo que te van a decir», explica Alejandro. «Soy valenciano y heterosexual, pero me han llegado a gritar insultos racistas y homófobos, en plan 'colombiano de mierda' o 'maricón, te van a dar bien por culo esta noche'. Da igual lo que te digan, porque la cuestión es desahogarse», añade Alejandro, que, como futuro político, afina su sentido de la diplomacia desde que pita. «Se trata de sacar la esencia de persona más que la de árbitro. Así te tratan con más educación y respeto». Mario corrobora la teoría del 'todo vale' en un campo de fútbol: «A mí, haciendo de línea, se me pegó un hombre detrás y se pasó el partido diciéndome 'ojalá te mueras de cáncer' y cosas así. Es triste, pero muchos padres van a los partidos de sus hijos como iba la gente al Coliseo de Roma»

«Hijo de puta», «me cago en tu puta madre, árbitro», «maricón de mierda», «payaso» o «pedazo de cabrón» encabezan la lista de improperios (el «cucaracha» de antaño parece ahora un elogio) que sufre un árbitro en cualquier campo. «Podríamos escribir un libro con todos y no cabrían. Los hay muy originales. Cuando lo hacen, te dan ganas de decir 'toma el pito y arbitra tú'», trata de bromear Mario. «Es más vergonzoso cuándo lo ves desde fuera», apunta Daniel. «No nos dejan el derecho a equivocarnos. No aprecian nuestra labor. Todo el mundo ha jugado el fútbol, pero nadie ha arbitrado. Todo el mundo se cree que sabe arbitrar y no sabe cuántas reglas hay en el fútbol», afirma Alejandro. «Hay 17 y la 18 es el sentido común», añade. «A ver. Después del Barça-PSG se habló mucho del árbitro. ¿Por qué nadie lo hace de Luis Suárez?, que engañó a todo el mundo», apostilla contrariado Daniel.

La ignorancia y la mala educación están, efectivamente, en la pirámide de los comportamientos miserables. ¿Alguien se ha parado a pensar que los futbolistas se equivocan mil veces más que los colegiados? «El público debe entender, además, que, en ocasiones, arbitrar es opinión. Lo que para mí es falta para otro árbitro no lo es», apostilla Daniel, que también es juez internacional de fútbol playa. «Debería solucionarse desde las bases, tomando medidas», advierte Mario. Su compañero Alejandro matiza. «Todo viene de los medios de comunicación, que no respetan a los árbitros de Primera, y es un altavoz que recogen en la base», apunta. Daniel ofrece una solución, también desde la raíz. «Igual que se hace con el bulling, que se haga con los padres maleducados. Al final, son una minoría, pero lo intoxican todo. Si los otros padres los señalaran y les invitaran a irse del partido, se solucionaría», explica. «A mí ha llegado a venirme un niño y decirme: 'arbitro, lo siento, es que mi padre es así'», agrega. «Va a haber un momento en que alguien, bien sea la escuela o desde arriba, se ponga serio y empiece a expulsar a los padres más peligrosos», coinciden.

La cuestión es que, hasta las primeras categorías regionales, los árbitros son veinteañeros con excelentes bases educativas y sin ningún afán de protagonismo. Personas normales, con padres y familiares que les esperan en casa. Gente que se gana la vida honestamente, muchos para pagarse la Universidad, otros para ayudar en casa. Además, sacrifican las salidas nocturnas del fin de semana. Tras completar el curso de unos 3 meses, uno puede llegar a cobrar 400 euros al mes, dependiendo del número de partidos. «Empiezas porque te gusta el fútbol o porque necesitas un dinero, o por las dos cosas. A mí me enganchó y, pese a todo, me encanta. Es mi estilo de vida. Y eso que no salgo ni un fin de semana en tres años», asegura Alejandro, que recuerda perfectamente su primer partido, de prebenjamines. Pese a los insultos, quedó satisfecho. «Los más pequeños te llenan de ternura cuando te piden, por ejemplo, que les ates los cordones». El estreno de Mario fue más tragicómico. «Fue en La Torre. Iba tan nervioso, que se me olvidó poner el cronómetro y pité el final cuando lo hizo el del campo de al lado», recuerda. «Con varios partidos, te desinhibes. A mí arbitrar me ha hecho crecer como persona. Soy más disciplinado», añade.

Con más kilómetros recorridos, Daniel recuerda su peor día. «En La Fonteta, al final del partido, tuve que expulsar a un jugador porque le dio un puñetazo a otro. Hubo invasión y yo tenía que elegir entre salir corriendo o esperar. Hice lo segundo y acerté», recuerda. «La policía tiene tan interiorizada que el árbitro puede ser insultado, que no se sorprende. Que se ponga alguien pegado a un colegio y empiece a soltar insultos y gritos despectivos, a ver cuánto tardan en mutarlo. Y cuando te felicitan en un campo porque lo has hecho bien, lo agradeces. Es triste», asegura Alejandro.

Dani subraya que la relevancia de un partido de fútbol base y uno de Segunda B es la misma. «Todos los partidos nos los tomamos muy en serio. Para los equipos de fútbol 8, es su partido de la semana también» explica. «Tienes que estar preparado para estar a la altura. Los jugadores entrenan toda la semana para su partido, nosotros también. El jugador puede ser sustituído; el árbitro, no» afirma Alejandro. «Además, igual tienes 3 seguidos. ¿Cómo no vas a estar bien preparado», agrega Mario.

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