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Las Leyendas

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A l contrario de lo que suele decirse, las verdaderas locuras no se cometen cuando estás de Erasmus, sino en los meses posteriores a la vuelta. Germina ahí un fenómeno peligroso que cuento a modo de advertencia. Te pasa un poco como en el primer día en el trabajo, que todo te hace gracia, que todos te parecen súper interesantes. Te pasa eso en modo comparación, y concluyes: para aguantar a otros amigos con los mismos o peores defectos que los que tenía antes, me quedo con los originales, que al menos hablan mi idioma; y esa moraleja se puede trasladar a tu novia o a su familia, a los políticos de tu ciudad o a las injusticias con tu equipo de fútbol.

Si todo al final se convierte en una mierda, que sea nuestra mierda, al menos.

Abrazando el mal menor como bandera vital, supongo, Delia y yo nos aceptamos mutuamente. Al volver de Erasmus firmamos una serie de actos revolucionarios: concretamos fecha de boda, decidimos quedarnos a vivir en Castelló, y acepté escribir crónicas de conciertos durante la semana de fiestas.

Y aquí quería llegar: de repente me vi apoyado en una columna del recinto ferial esperando que empezara la actuación de Bertín Osborne. En momentos así la bebida me parece una opción muy respetable. Pasa mucho en las aglomeraciones festivas. Uno va a un concierto o a un viaje o a un festival pensando que conocerá gente, pero en realidad termina conociéndose a sí mismo. Yo certifiqué lo que sospechaba: aquello no era lo mío. Junté unas cuantas frases que ahora me niego a releer, titulé aquello Hercúleo Bertín, y aproveché la inercia del gentío para huir antes de la última canción, porque el concierto era gratis pero no pagaban por quedarse.

Me fui pensando que la carrera de Bertín, con sus penachos y sus rancheras, no tenía solución, y aquí quería llegar, ahora sí. Resulta que hoy en día es un entrevistador de éxito y una voz intelectual autorizada, por lo que cabe recordar que un día también pensé que jamás tendría teléfono móvil, porque pronto pasaría esa moda.

?El caso es que el miércoles puse la tele y Bertín había reunido a la Quinta del Buitre. Faltaba Pardeza, pero todos hicieron como si no se hubiesen dado cuenta. Míchel confirmó que no hay persona más encantada que él de haberse conocido a sí mismo. A Martín Vázquez casi no le dejaban hablar y Butragueño se especializaba en el apunte tímido y brillante. Parecía pues que aún estuvieran de corto y sobre el verde, que siguieran perpetuando roles y jerarquías, como esperando que les llamaran para repetir la semifinal con el PSV, como si la profesión les hubiese dejado a ellos, y no ellos a la profesión en su momento. Los mayores problemas los tuve con Sanchis, que hizo que me preguntara qué necesidad de exposición tienen los futbolistas cuando ya no son futbolistas, qué clase de adrenalina adictiva les dio la pelota, qué difícil debe ser asumir que eso un día se acaba. Si Sanchis se hubiera ido a su casa el día posterior a la retirada, yo hubiese visto en la tele con Bertín a un futbolista mítico (dos Copas de Europa y ocho Ligas en el Real Madrid, 720 partidos como profesional entre 1983 y 2001, one club man y ese tipo de cosas) en lugar de estar viendo constantemente a ese comentarista rancio, el rey forofo del lugar común, el escolta de Sergio Sauca, mare de déu, que cobraba según leo 6.000 euros por partido en Televisión Española.

Cuántas gestas, cuántos años y cuánto esfuerzo cuesta construir una leyenda, y qué poco se necesita para arramblarla.

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