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El Reglamento

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Bakambu metió un gol con la mano. No inventó nada, pero avivó el debate de moda en los últimos meses. Más pronto que tarde el videoarbitraje va a venir para salvarnos, con matices, porque lo que suele hacer el ser humano frente a la nueva ley es adaptarse para la vieja trampa. El fútbol es fundamentalmente un deporte de engaño, tanto lícito como ílicito. Lo era más antes de la llegada de la televisión, pero aún lo sigue siendo; y lo será menos después de la implantación del videoarbitraje, pero todavía lo seguirá siendo.

Eduardo Galeano lo explicó bien en El fútbol a sol y sombra (Siglo XXI, 1995), a través del delantero uruguayo Pepe Sasía: «¿Tirar tierra a los ojos del arquero? A los dirigentes les parece mal, cuando se nota». El célebre gol de Maradona a Inglaterra en el Mundial de 1986, la mano de Dios, se recuerda tanto o más que el otro tanto, golazo, que firmó el Pelusa en aquel partido, la corrida memorable de todos los tiempos. Maradona es un héroe porque no le pillaron. Más o menos en la misma época, el chileno Rojas simuló una agresión de la grada en un partido contra Brasil, pero le cazaron y se convirtió en apestado.

La necesidad del videoarbitraje encierra un fracaso colectivo: solo refuerza la triste conclusión que conlleva la necesidad del arbitraje convencional. Evidentemente, nadie confía en la honestidad del ser humano, por motivos obvios, pasados y presentes. Ni siquiera en un juego que invita, eso sí, a los paralelismos con la vida. A mí por una parte me duele que el VAR pueda dejarnos sin héroes. Por ejemplo, en un partido contra el Nápoles, el alemán Klose marcó para la Lazio un gol con la mano. El árbitro dio validez al tanto, pero al poco lo anuló porque Klose se le acercó y confesó la infracción. Con videoarbitraje se difuminará la línea que separa a los buenos de los malos, porque la aspiración es que todos seamos buenos obligados, por decreto. Y eso no tiene ningún mérito.

Dilemas morales aparte, luego uno escucha a Sánchez Arminio, el presidente del comité técnico arbitral, preguntarse de qué se hablaría después de los partidos, si hubiera VAR, y dan ganas de gritarle: ¡de fútbol, gilipollas!

En el fondo, ocurre que el árbitro que se equivoca a favor es humano, y el que se equivoca en contra es un mutante ladrón cómplice de oscuras conspiraciones. Por eso quizá las cámaras sean en realidad tiritas que no curen una enfermedad estructural por la que Luis Suárez, pongamos el caso, se convierte en héroe o villano dependiendo del color de la camiseta. El fútbol es alérgico a las lecciones morales porque casi nunca escapa del ellos y del nosotros. El fútbol alimenta un ecosistema donde Klose es una excepción. Tanto que a menudo quien no utiliza la trampa está considerado un idiota, un bobo, un pardillo. Nos indignamos con la suciedad ajena y miramos a otro lado con la propia. Es aquello de todos los políticos son muy malos, pero mis hijos no estarían en paro si yo fuera alcalde. Es aquello de ser un caballero en la sala de prensa, pero un cabrón en el terreno de juego. Es aquello de los Estados Unidos en Nicaragua, con el dictador Somoza: «es un hijo de puta, vale, pero es nuestro hijo de puta».

?Solo puedo añadir, además, que lo de Bakambu es gol legal con el reglamento en la mano, porque el balón hubiese dado en el reglamento y no en la mano.

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