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Los tinglados

Los tinglados

H ace cuatro años, el Festival Eñe juntó al periodista Enric González y al entrenador Ernesto Valverde en una charla moderada por Emilio Sánchez Mediavilla, editor de Libros del KO. Enric había publicado ahí Una cuestión de fe, librito hooligan, ilustrado y espanyolista; y Valverde, que entonces entrenaba al Valencia, presentaba Medio tiempo (Ed. La Fábrica), su primer libro de fotografía.

A Valverde le preguntaron lo que se suele preguntar en estos casos, porque sigue pareciendo raro que alguien del fútbol tenga inquietudes más allá del trap, el gimnasio y la pelota. «Hay tendencia a creer que los futbolistas somos todos unos zoquetes», deslizó Valverde, «que no hemos leído un periódico en la vida... Como si los demás fueran por las aceras hablando de Platón». Mis preferidos en estas cuitas son aquellos que desprecian al fútbol desde una atalaya marfileña de supuesta superioridad moral, que no entienden la pasión que pueda despertar, que niegan la importancia individual y colectiva que pueda tener, y luego van disfrazados a las películas de La Guerra de las Galaxias o El Señor de los Anillos, porque ahí reside la verdadera altura intelectual de nuestra era.

Existe también la variante comprometida, barnizada por igual con un cegato poso clasista: la que culpa al fútbol hasta del terrorismo internacional, la que se enfada si la gente [la plebe, la masa] está viendo un partido el domingo en lugar de indignarse por un rato con el Salvados de turno, como si las revoluciones y las conciencias dependieran de las audiencias televisivas, de los trending topics en Twitter o de las firmas en Change.org, como si el ocio solo fuera válido en caso de ser suyo, como si todos fuéramos manipulables menos ellos, que son demasiado listos para incluirse en el todos, como si el entretenimiento tuviera que cumplir el examen previo de un comité de sabios para estar legitimado.

«El futbolista», comentó Valverde, «al final habla de fútbol porque es de lo que sabe». «Con 20 años se le exige saber manejar circunstancias excepcionales, no creerse Dios aunque la gente te alabe, tener esa dosis de autoestima para no hundirte cuando fallas... Con 25 años has vivido un montón de cosas que otra persona quizá no viva en más de 40 o 45. Es un aprendizaje increíble porque el fútbol es un curso acelerado de la vida. En un año te han subido a lo más alto y bajado a lo más profundo, uno te ha engañado y te ha robado, te has comprado un coche y te llaman gilipollas por la calle... Yo estoy de parte del jugador».

?Valverde, nuevo entrenador del Barcelona, le sienta bien al fútbol porque reivindica un punto de normalidad bastante sano. Algo similar ha llevado Zinedine Zidane al Real Madrid. Ha ganado lo que nadie había ganado y lo ha hecho en tiempo récord, pero sospecho que representa un tipo de entrenador y una manera de hacer las cosas que no casan con los actuales modos. A Zidane parece que se la sude todo, al menos en las ruedas de prensa: no hay dificultad que no resuelva con una sonrisa. En la era de los gurús de la comunicación y del liderazgo ha desarbolado diversas creencias de moda, y eso frena de paso el entusiasmo hacia su figura y su influencia en el análisis táctico y sesudo. Zidane dice cosas intolerables en el negocio del siglo XXI: «el fútbol no es tan complicado». Es un riesgo tibio para la salud histérica de demasiados tinglados.

?Quizá la verdad esté en otro lado. Quizá la verdad ni importe ni exista. En torno a Zidane, al que se recibió recordando que su Castilla fue incapaz de ganar en Segunda B a La Roda, y Luka Modric, del que decían que era peor que Gareth Barry y Miguel de las Cuevas, el Madrid hizo contra la Juve los mejores 45 minutos de la temporada en los 45 minutos más complicados de la temporada. El fútbol es tan bonito y tan así porque lo admite todo, así que yo no seré menos construyendo teorías explicativas del éxito y del fracaso: Buffon no ganará una Champions hasta que dejen de llamarle Gigi. Porque vamos a ver: 39 años, un tallo rocoso de 1.91 metros de tipo duro, y te llamas Gigi.

Gi-gi. Madura un poco.

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