Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Dos leyendas,dos ideas

Gino Bartali y Fausto Coppi dividieron y unieron a los italianos de la posguerra mundial. La rivalidad entre ambos estaba en las calles, en la prensa, en los programas radiofónicos. Nada que ver en el plano personal. Fueron dos profesionales que se respetaron como tales.

El 15 de diciembre de 1919, en la pequeña localidad de Castellania, de apenas cien habitantes, provincia de Alejandría, del viejo reino del Piamonte, nació Fausto Coppi. Pudo ser uno de los buenos pelotaris de la región pues gustaba de acudir con su padre a los grandes duelos del esferisterio de Alba. Pero aquel muchacho zancudo, de nariz pronunciada y de ojos saltones se sentía feliz encima de su bicicleta. Desde luego, la prefería a la escuela. Más de una vez tuvo que escribir como castigo «acudiré a la escuela y no iré en bicicleta», y que, contrariamente a lo pretendido, alimentaba más su deseo de ser ciclista. La dura tarea agrícola, a la que estaba condenada su humilde familia, tampoco le resultaba atractiva. Antes que doblar el lomo para vendimiar el moscato que elaborará el famoso Cinzano, optará repartir salchichas por los pueblos de la región.

Su primera victoria como juvenil le reporta un jugoso regalo: un reloj de péndulo. Su primer contrato no superaba las setecientas liras mensuales. A los 20 años debuta en el Giro de Italia y lo gana, siendo gregario de su máximo rival: Gino Bartali. Nunca un chaval de esa edad lo había logrado. La Guerra Mundial paraliza las pruebas internacionales. Coppi, alistado en la Division Ravena de infantería, es hecho prisionero por las tropas británicas en Argel. Lo ponen en libertad en 1945. En 1947 gana su segundo Giro y dos años después, conquista el Giro y el Tour. Éste con más de veinte minutos de ventaja sobre el segundo clasificado. Está en la cima de su carrera con 28 años.

Estamos en la Italia de la postguerra, la del Partido Comunista y la Democracia Cristiana. Giovanni no Guareschi, en sus historias del cura Don Camilio y el alcalde comunista Pepone, pudo intercambiar protagonistas con el católico Gino Bartali, y el agnóstico Fausto Coppi. El primero, florentino, nacido en 1914 reverenciado por su fidelidad a los principios morales de la Iglesia: le llamaban El Fraile Volador; para muchos, el ciclista preferido del Duce, aunque en cierta ocasión, en uno de sus primeros triunfos se olvidara de dedicárselo. Prefirió hacerlo a sus padres y a la Virgen. El segundo, por contravenir toda norma: se lía con una mujer casada con un famoso médico, forofo suyo y tiene un hijo con ella. La mujer, denunciada por su ç marido por adulterio, consigue casarse con Coppi en México. Antes, ha sido sentenciada a tres meses de cárcel tras constatar la policía italiana el «flagante adulterio». Faustino, el fruto de ese amor prohibido por la sociedad de aquel tiempo, será presentado en documentales y periódicos€ Años antes de ese escándalo Fausto Coppi había sido recibido en audiencia por Pio XII. Así se refleja en una de las fotografías que llenan las paredes de su casa natal.

Gino Bartali entrena durante la guerra por las carreteras toscanas. Nunca olvida colocarse la camiseta donde luce su nombre. Las patrullas lo paran, le preguntan y siempre responde que entrena. Un honor saludar a tan gran campeón. Seguramente está librando la carrera más heroica de su vida deportiva. Nadie puede sospechar que El Fraile Volador colabora con una red de espionaje que transporta en sus tubulares y sillines documentos falsificados que salvarán la vida de cientos de judíos€ de las garras de las SS alemanas. Él nunca desveló ese secreto, el de la red liderada por el industrial judío Giorgio Nissim, y con la que colaboraban varios miembros del clero católico. «El bien se hace y no se dice», confesó en cierta ocasión a su hija. Ese trabajo, encargado por el cardenal Elia Angelo Dalla Costa le reportó el reconocimiento de Israel con la distinción a título póstumo de Justo entre las Naciones. Se dijo de él que en su vida personal tenía tanta fuerza interior como en su vida como ciclista.

Bartali, pacificador

La victoria de Bartali en el Tour de 1948 está considerada una de las más grandes hazañas del deporte. Con veinte minutos de retraso en la general, Bartali recibe la llamada telefónica del primer ministro italiano De Gasperi. La noche anterior habían intentado asesinar al líder comunista Palmiro Togliatti que se debatía entre la vida y la muerte. Necesitaban un gran triunfo que uniera e ilusionase a la nación. Bartali realiza una etapa soberbia, la gana con más de veinte minutos de ventaja y conquista el Tour con 34 años€ ¿Evitó una guerra civil? Años después aquel primer ministro afirmaría que Bartali, «devolvió aquel 14 de julio la sonrisa a los italianos».

La rivalidad entre Coppi y Bartali estaban en las calles, en la prensa, en los programas radiofónicos. Nada que ver en el plano personal. Fueron dos profesionales que se respetaron como tales. La más famosa de las fotografías de dicha rivalidad se realizó en una de etapas de montaña del Tour de 1952. Aún hoy se discute quien suministró a quien la botella de agua. En aquel tiempo Bartali ya había sido derrotado por la juventud de Coppi. Hoy, todos se preguntan cuánto hubiera agrandado la leyenda de estos dos ciclistas de no haber estallado la guerra mundial que suspendió, durante cinco años, las grandes pruebas ciclistas.

Viaje a África y el final de Coppi

En diciembre de 1959 Coppi, que ya ha dejado de ser competitivo, fue en compañía de otros compañeros, (Anquetil, Gemminiani, Riviere€) a correr algunos critériums a África, al Alto Volta. El premio consistía en una jornada de safari. En la carrera, por caminos de polvo y tierra, vence Anquetil, quedando Coppi en segunda posición detrás del rubio francés.

Aquella noche Fausto empieza a sentirse mal, con sudores y ataques febriles. Vuelve a Italia antes de lo previsto y pasa las Navidades con serios ataques de fiebre, teniendo que postrarse en cama el día 28. En el hospital se recibe una llamada de Francia de la familia Gemminiani, aquejado de los mismos síntomas, comunicando que a éste se le había detectado una enfermedad: malaria, y que al tratarse con quinina había sido curado. Los médicos italianos no hicieron caso. El dos de enero de 1960 se certificaba su muerte. El día de su entierro, Bartali manifestaba entre lágrimas: «Ha muerto mi otra mitad».

El Ministerio de Sanidad abrió un expediente resultando, tras los análisis de sangre, que la malaria había sido la causa de la muerte. Esa fue la versión oficial. Toda Italia lloró a su campeón. Fueron trescientos metros de coronas los que precedían a la muchedumbre de más de cincuenta mil personas que acompañaba al féretro queriendo dar de este modo su último adiós al Campeonísimo.

Bahamontes no quiso ir

Federico Martín Bahamontes, que meses antes había ganado el Tour también fue invitado a aquel exótico viaje, pero declinó. «Se trataba de correr cinco critériums y a cambio, no te daban dinero, sino que te pagaban con varios días de safari en los que podías cazar lo que quisieras. Pero yo ya iba de caza cada tres o cuatro días a la finca de un familiar de mi compañero Rafael Carrasco, El Lecherito. No me llamaba la atención ir hasta África para hacer lo que ya tenía a 15 kilómetros de mi casa», afirmó años después en una entrevista, el Águila de Toledo.

Compartir el artículo

stats