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Árbitro y cronista

Cuando era joven, Puigdemont escribía crónicas de fútbol regional. Gracias a la generosidad de José Hernández pude ojear algunas entradillas. Puigdemont era todo un sibarita: de un 7-4 dijo que era «aburrido» y «frío». También un poco llorica: después de meter seis goles se quejaba del árbitro. Pero bueno, latía ahí un protoguardiolismo interesante: «Esta vez solo fueron seis los goles, que pudieron ser más de no ser por el árbitro, que cortó numerosas jugadas de peligro y de ataque local y anuló un gol que parecía legal». Seguro que esa manera de encarar el fútbol se puede extrapolar a estos días políticos, pero se lo dejo a los que saben.

Se puede llevar una vida muy digna haciendo en todo momento lo contrario de lo que harían los politólogos. Se puede ser feliz sin tratar de convencer de nada a nadie, aunque seguramente eso me convierta en un opinador lamentable. Me da tanta pereza discutir que he desarrollado una habilidad mecánica: me gusta detectar falacias pero rebatirlas mentalmente, nada más. Todo son ventajas, en realidad, porque yo sé que tengo razón y me la doy a mí mismo, y de paso a los demás os dejo tranquilos.

Dios bendiga dicho de paso a los corresponsales del fútbol modesto, y su amor por el oficio, que hay ahí sobre ellos un libro pendiente. Uno pasa el rato entretenido editando en la redacción crónicas ajenas. En el Benicarló jugaba un portero llamado Aguayo y yo fantaseaba con acudir un día al campo para decirle «Para, Aguayo», y explicar el chiste a los del bar, y mezclarlo con el ¿para qué? y paraguayo hasta que se cansaran de mí y me echaran a gorrazos. Fue mejor aún lo del Benicàssim, porque el portero se llamaba Elvis y gracias a un fallo que cometió en un partido pude escribir «Cantó Elvis» en el subtítulo, alcanzando así una de las cimas anónimas de mi carrera.

?Lo que más me flipa de Ignatius es que nunca se le caen las gafas cuando se quita la camiseta. Las uvas sin pepitas son lo mejor que nos ha dado la ciencia desde la penicilina, y se habla poco de ello. Se habla poco de estas cosas porque no parecen importantes. Son tiempos de acontecimientos históricos y grandilocuencias. Echo de menos cuando veíamos House, nos conformábamos con poco y éramos felices. Intento volver a valorar las pequeñas victorias. El viernes CASI salí, y estuvo bien ese casi, fue un avance. Cualquier noche pondré el despertador a las cuatro para enviar wasaps a mis amigos simulando estar de fiesta.

En este tramo de la temporada empiezan a caer los equipos que gritan mucho, los que se han pasado el verano dándose golpes en el pecho. Cuando muere la excitación, cuando acaba la euforia de la novedad, emergen aquellos que por detrás, en sigilo, han construido un andamiaje que los sostiene cuando manda la rutina.

A Puigdemont le vendría bien ahora, y no solo a él, y a quién no, ser a la vez árbitro y cronista. Es a lo que aspiran todos los políticos y la mayoría de los presidentes de clubes de fútbol, y además no sería el primero, que lo leí en el Manual de fútbol (Edhasa, 2014) de Juan Tallón. Un periódico de Ourense tenía un corresponsal que a la vez era árbitro regional. Después de una nefasta actuación comenzó su crónica con un sincero «Desastroso arbitraje en el estadio del Malecón...». Lo remata bien Tallón, tanto que al final pensaré que el periodismo sirve de algo: «El horror del arbitraje quedó compensado por la honestidad y belleza de la crónica».

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