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Atletismo

El último clasificado del Maratón de 2016: "Me adelantó un italiano que corría de espaldas"

"Me lesioné de la rodilla en el kilómetro 12 y tardé una hora hasta llegar al 15. Me senté en un banco. Decidí terminar la prueba por orgullo", explica

Rubén Mateo Ballesteros (Puçol, 44 años), protagonizó una de esas historias de héroe anónimo que se encuentran rebuscando entre los 42 kilómetros del Maratón. Fue el último clasificado del año pasado con un tiempo de 6:09:38. Entró en la meta de milagro, justo antes del cierre del control. Este valenciano corrió más de 30 kilómetros lesionado. Con la rodilla a la virulé. Era su primer Maratón. Y para Rubén Mateo el muro no llegó a los 30 kilómetros sino a los 12, cuando sintió un dolor inaguantable en la rodilla que le tentó a decir basta. Pero su tenacidad, esfuerzo y superación le llevaron hasta el Hemisfèric.

Lejos de sentarle en el diván, a Rubén la experiencia le impulsó. Hasta el punto de que amenaza con volver a corre este año. Está supermotivado. Y confía en hacer una buena marca. «Claro que voy a correrlo. Ya estoy apuntado y entrenando. He corrido la Media y también montaña. Este año será mi segundo Maratón. Si no me lesiono...», comenta a Levante-EMV. Pero ojo, bromeamos con el de Puçol, el control este año cierra en 5:30.... «Mi idea es hacerlo entre 4 y 4:30 horas», espeta.

Rubén Mateo cuenta su historia del año pasado. «Me lesioné en el kilómetro 12, fue la rodilla, noté mucho dolor y no podía seguir. En el kilómetro 15, me senté en un banco. Tardé una hora en hacer tres kilómetros. Estuve pensando qué hacer. Y decidí continuar pese al dolor. Había estado entrenando para esto, hablando con amigos y compañeros que me decían que iba a ser muy duro, y no quise abandonar. Era mi primer maratón y quise terminarlo. No todo el mundo puede decir que ha acabado un maratón lesionado. Fue una cuestión de orgullo», explica.

A partir del kilómetro 15, Rubén se volvió a poner en marcha. El dolor le remitió un poco. Corría un tramo corto, andaba, y descansaba. Su rodilla ya le había avisado semanas atrás. «Suelo jugar al tenis dos veces por semana y ya había notado algún dolor que me había obligado a parar el ejercicio y a frenar en seco. Casi de no poder hacer nada. Pero luego se me pasó y tomé la decisión de participar en la prueba. Me animé y me calenté», señaló.

No fue el viento lo que llevó en volandas al de Puçol hacia la meta. Tampoco sus zapatillas mágicas. Sino la fuerza que le trasmitían todos los aficionados que se agolpaban en las calles de València. «La gente me llevó en volandas, no paraba de animarme. La gente te empuja y te anima y a mi me motivó», apuntaba.

Es cierto que hubo momentos de desánimo, cuando ves que te pasa todo el mundo. «Por la calle Colón me adelantó un italiano que corría de espaldas», revela Rubén, «un policía me dijo que a las seis horas iban a cerrar el control. Pensé que no me daban la medalla», añade.

Rubén Mateo estaba convencido de su gesta cuando divisó la alfombra azul de la recta final. Con el Ágora al fondo. En ese momento, y pese al dolor, supo que iba a terminar la prueba. Pese a llegar el último no había deshonra alguna. Todo lo contrario. Era orgullo. Hasta el punto de que quiso compartirlo con sus seres queridos. «Legando a la recta final llamé por teléfono a mi mujer para decirle que iba a entrar en la meta».

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