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La Estrategia

Ruben Semedo es lo más cerca que estaremos de la NBA. A mí me lleva loco. Primero en una discoteca o en un club de alterne, o en los dos sitios, que según a quién leas va cambiando la historia, lo de la pistola al estilo de Walter Sobchak en la bolera de El Gran Lebowski, ídolo, cuando Smokey el pacifista pisa la línea y tiene que apuntarse un cero aunque sufra problemas mentales [además de lo del pacifismo]. Pero con Semedo es mejor la que se supo después, pero había sucedido antes: una noche de fiesta con amago de pelea, amigos que ponen paz a tiempo, bailes de colegas como si no hubiera pasado nada, y a las seis o las siete de la mañana Semedo le dice al otro ´oye, perdona por lo de antes, acompáñame al coche que quiero regalarte una camiseta´, como sincero acto de disculpa, y va el otro y accede y, al llegar al aparcamiento, Semedo saca un botellín del bolsillo y se lo estampa en la cabeza.

Es innegable que es bueno en la estrategia.

Como toda historia que deriva en leyenda, con Semedo habrá partes verdaderas, partes inventadas y otras exageradas. Pero da igual. Nada hay más potente que un caso de estos que irrumpe en el imaginario colectivo. En la grada, en los bares, en las tertulias o en el patio del colegio: Semedo ya no es una persona, ni siquiera un futbolista, Semedo es un cliché. Ocurre en asuntos graves y en otros menos ofensivos. Si a un jugador le cae la etiqueta de irregular, y cala y se expande, será siempre analizado desde ese prejuicio, le perseguirá un sambenito que difícilmente podrá dejar atrás. Hay futbolistas que nacen y mueren limitados al papel de revulsivo, por mucho que hagan, por mucho que lo maldigan. De otros solo se habla cuando juegan bien, y cuando juegan mal es como si no existieran. En unos se refuerza el error y en otros se difumina, dependiendo de quién tenga la buena o la mala fama. Si uno la tiene de borracho más vale que beba y que salga, porque lo vamos a pensar igual de todas maneras.

No solo pasa en el fútbol: Carlos Sainz ha sido dos veces campeón del mundo de rally y dos veces ganador del Dakar, pero eh, ´trata de arrancarlo´ y al final ´siempre le pasa algo´, gafe, fracasado y perdedor. Es evidente que este modo de observar es de lo más práctico, se nos lleva a todos por delante. Ofrece explicaciones sencillas a realidades complejas. Es de lo más cómodo y a la vez tramposo, algo así como dividir, como si fuera tan fácil, la vida entre buenos muy buenos y malos muy malos.

Hinchas, entrenadores y periodistas. En el análisis somos como los bebés: agradecemos las rutinas.

Los niños van al colegio sin prejuicios. Por eso aprenden. Yo estuve este año a punto de volver a la universidad, pero al final me dio pereza. Miré incluso algunas asignaturas. La mayor motivación era matricularme en Literatura Comparada y preguntar a algún compañero dónde está Parada, el de Cine de Barrio, si era Literatura con Parada, jeje, pero seguro que son todos súper jóvenes y mal, no les haría ninguna gracia.

El tema es que sospecho que me costaría volver a ser alumno porque en el fondo piensas que ya sabes lo que debes saber, porque me costaría respetar a los profesores, a los autores y los temarios, me cuestionaría demasiadas cosas desde una estúpida posición tóxica. Hay que pelear contra eso. Hay que ser ese futbolista que envejece con sabiduría y lo asume, y sabe que sigue aprendiendo, y juega cada partido como si fuera el último, porque nunca sabes cuál será el último, e intentarlo: escribir cada crónica como si fuera la final de la Champions, reventar el cliché, escribir cada columna como si esto se acabara mañana, como si estuviera el tarado de Walter Sobchak apuntándote con la pistola.

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