El polideportivo de Quatre Carreres de València anda revuelto durante estos días. Hay un inhabitual movimiento de cámaras, flashes y micrófonos.... El héroe anónimo que centra la atención mediática entre tanto deportista aficionado se llama Ives Kepse (Camerún, 28 años). Es el encargado de las tareas de limpieza y mantenimiento de la instalación. Y tiene una historia que contar. De esas que gustan. Con final feliz.

Ives nació en Bafoussam, un pueblo montañoso del oeste del país, donde vive su familia y sus cinco hermanos. La situación económica era muy delicada. Tras unos inacabados estudios de electricidad, se le metió una idea a fuego en la cabeza. Su sueño era ser jugador profesional de rugby, una estrella del deporte del balón oval. Y en el año 2012 tiró recto. Metió un balón de rugby y sus botas en la mochila, dijo a sus padres que se iba a jugar un torneo al pueblo vecino, y comenzó a vivir una odisea de dos años en la que atravesó cinco países (Nigeria, Níger, Argelia, Mauritania y Marruecos), hasta llegar a España en 2014 tras cruzar el Estrecho de Gibraltar en una patera y saltar la valla de Melilla.

Ives Kepse perdió 15 kilos durante el viaje. Pero fue lo de menos. En más de una ocasión pudo perder la vida. Vio la muerte muy de cerca. Durante esa insólita aventura le golpearon en la cabeza, le encañonaron con una pistola en la sien, casi muere ahogado, perdió un amigo atropellado por el tren... ¿Nunca pensó en darse la vuelta y volver a casa?. La respuesta es muy sencilla: «Pensé en volver muchas veces, pero era mucho más peligroso regresar. Mejor seguir adelante, me decía», sentencia.

Ahora Ives Kepse vive tranquillo y feliz en València. El equipo del Tecnidex le acogió como uno más. Y le dio todo: Comida, casa y trabajo. El pilier camerunés devuelve esa gratitud cada domingo, golpeando sus 112 kilos de los escasos 1,73 metros que mide, contra las defensas rivales. Para quien ha cruzado un desierto o escalado la valla de Melilla, eso son tareas menores. «Ahora estoy feliz, estoy tranquilo, pero mi objetivo aún no está cumplido», avisa.

En Camerún Ives jugaba al rugby. Hay mucha tradición importada de los franceses. Su equipo se llamaba Los Rinocerontes, apodo que a Ives le va que ni al pelo. Porque es pura fuerza física. Y velocidad extrema. «También jugaba al fútbol, pero por pasar el rato, para competir jugaba al rugby», comentaba, «en Camerún se ve mucho rugby francés y por eso quería ser profesional. Estoy en el camino, a ver si tengo suerte. Me costó mucho salir de allí, dejar atrás a la familia, pero lo tenía muy claro. Soy una persona muy decidida. Cuando tengo un objetivo trato de cumplirlo», añade.

«Fue un viaje muy difícil, de dos años, y sobre todo muy peligroso. Yo hablaba con mis padres cuando podía, y les decía que estaba bien, pero era mentira. Todos los momentos fueron duros. Me desplazaba la mayor parte del viaje andando, cruzando países evitando las fronteras, y contactabas con alguien que te llevaba en coche algún trayecto si les dabas algo de dinero y con más gente que quería llegar aquí», relata. «Viajábamos como podíamos -hay muchas mafias- y éramos bastantes los que lo hacíamos. Lo pasamos mal. En Argelia teníamos mucho frío, llevábamos muchos días andando, y nos acercamos a un rail de tren que parecía abandonada. Estábamos muy muy cansados. Nos metimos dentro para dormir todos juntos y pegados porque buscábamos el calor. A las tres o cuatro de la madrugada nos sorprendió una luz que nos dejó cegados y nos despertamos con un pitido. No sabíamos hacia dónde correr ni sabíamos cuál era el norte o el sur. Cada uno fue en una dirección y cuando pregunté por un amigo, no respondió porque el tren de dio un golpe en la cabeza».

También vio cerca la muerte cruzando el desierto. Todos en fila india, como si de una procesión se tratara, hasta que ves derrumbarse a un compañero abrasado por el calor. Nadie se para. Porque sabes que si te paras a ayudar, el fatal destino también está asegurado para ti. «Es muy duro», dice.

Cuenta Ives Kepse que en Nigeria le apuntaron con una pistola en la cabeza. «Dispararon con una ametralladora al coche y nos hicieron bajar porque me confundieron con un terrorista. Me golpearon y me pusieron una pistola en la cabeza. Pensé que era el final», cuenta, pero añade que ese no fue el peor momento sino cuando tuvo que cruzar el Estrecho de Gibraltar en una cáscara de nuez y vio más de un cuerpo flotando en el mar. «Donde más miedo tuve fue en el agua. Cuando intentamos cruzar el mar. Yo no sé nadar. En la playa si no sabes nadar, vas y vuelves. Pero en el mar no es así. No vuelves. Salimos a las tres de la madrugada en una barca, paleando y paleando hasta las once de la mañana, sin saber dnde estábamos. Estábamos reventados y a merced de donde nos llevara el viento. No sabíamos dónde estábamos ni a dónde íbamos. No veíamos nada de nada. Ahí pensé las peores cosas del mundo. Hasta que llegamos a la costa y me dije, ´ya estoy más cerca», explicó.

Tampoco respiró tranquilo una vez allí. Aún quedaba algo que saltar. Una valla cuyas cuchillas brillaban afiladas. Sortearlas no fue nada fácil. Su cuerpo todavía luce cicratices. Aquel día en Melilla lo intentaron más de 150 personas. Solo lo consiguieron cuatro. Ives fue una de ellas. «A mí me daba igual lo que pasara. Yo tenía muy claro que iba a saltar. Lo intenté varias veces primero para probar. Es más mental que otra cosa. Si tienes corazón y te acompaña la fuerza física, vas a pasar. Hasta que no llegué al CETI de Melilla, no respiré tranquilo. Cuando estás en Melilla, tienes que correr. No estás seguro. Si te coge la Guardia Civil, te pone fuera aunque no sea legal. A mí me devolvieron de Marruecos a Argelia más de veinte veces», señaló.

«Cuando estás en el CETI te dejan hacer una salida. Yo fui a Almería. Allí encontré una ONG con gente de València que me trajo aquí. Yo no conocía a nadie , pregunté dónde se jugaba, y me dijeron que en el Río. Yo fui al campo cuatro veces pero nunca había nadie. Porque se había acabado la temporada. No lo sabía. Hablé con la ONG otra vez y buscaron en Internet al primer club que figuraba y les mandaron un mail. Ahí empezó esta historia».

Pese a que la historia de Ives Kepse acaba con final feliz, el hoy jugador del Tecnidex no anima a nadie en Camerún a que siga sus pasos. Ives manda el dinero que gana a su familia en Bafoussam para que su hermano pequeño pueda estudiar, cuenta el camerunés, que reconoce ser una persona muy religiosa. Hasta el punto de que nunca falta la Biblia en su petate. «Ahora mi familia está feliz y contenta porque sabe de verdad que yo estoy bien. Hablamos todas las semanas, no como antes. Mi hermano pequeño está estudiando y yo no quiero que venga conmigo. Le he prometido que voy a pagar sus estudios hasta que él acabe. Yo le he dicho que ni se le ocurra intentarlo. Eso me da fuerzas para seguir trabajando aquí y ayudando a mi familia», comenta. ¿Llegó alguien más contigo, Ives?. «Hay dos amigos que ya han logrado llegar y que están bien. Hay otro que está en Marruecos y está intentando llegar. Y hay muchos que sueñan con lograrlo. Pero he visto quedarse mucha gente en el camino».