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Voy a por Cabaco

Rafa Lahuerta se encontró una vez a Eugenio, el humorista, en la pizzería Karolina. Lahuerta era un chaval y fue a pedirle un autógrafo, pero Eugenio le cortó. «Anda, ve a la barra y tómate una Mirinda, pero déjame comer tranquilo, por favor», le comentó. «Es que aún no es la hora de mirindar», contestó Lahuerta, claramente ganador del duelo.

Lo cuenta en La balada del Bar Torino, esa obra monumental sobre València, el Valencia, la vida, la grada y el ser humano. Explica más. En febrero de 2004, tras el famoso penalti de Marchena a Raúl, le pidieron un artículo para El País. Lo escribió, pero llegó a manos de Santiago Segurola, que dijo que era un forofo y lo rechazó. Lahuerta lo reescribió, lo valencianizó aún más, y lo envió a este diario, que lo publicó. Meses después, con el Valencia campeón, Rafa Benítez habló de aquel artículo en una entrevista televisiva. El entrenador del Valencia lo llevó al vestuario y lo leyó en voz alta delante de los futbolistas. Lo convirtió en un alegato emocional. Según Benítez, Antimadridismo madridista, el texto de Lahuerta, fue uno de los estímulos que empujó al Valencia hacia el título y la remontada. Queiroz no tuvo la culpa.

Hace poco, Lahuerta se fue de Twitter antes de que pudiera decirle que debería llamar La alegría a su próximo libro. Así sería La alegría de Lahuerta. Luego volvió.

?Lo de Lahuerta y Eugenio solo pasa cuando se juntan los buenos. El tipo de sociedad imprevista e inesperada que depara grandes momentos. Existe un tipo de lenguaje cómplice que solo he vivido de noche en los bares y de día en los campitos de fútbol. El chico que llegaba nuevo, le pasabas una pelota y parecía un compañero de toda la vida. Benavent y yo llamábamos a eso pared Unisport. Pared porque ese picorcito espontáneo surgía mucho cuando tirabas una pared con alguien, y Unisport porque así se llamaba nuestro primer equipo conjunto. Nunca he sabido por qué esa conexión se produce o se deja de producir, por qué uno sin hablarlo sabe que el otro va a ir o va a venir, va a romper o va a quedarse, la va a querer al pie o preferirá romper al espacio. Lo único que me interesa de los primeros partidos de cada temporada es fijarme en eso. En qué jugadores de mi equipo nace de un modo natural esa afinidad deliciosa. Cuando lo veo, me emociono. Sé que me depararán grandes momentos durante el resto del año y recuerdo lo puramente feliz que era tejiendo victorias en partidillos a base de paredes Unisport.

Ahora lo echo de menos pero entonces no le daba importancia. Esa frase se puede aplicar a cualquier aspecto de la vida. La memoria: antes no se me olvidaba nada y ahora se me olvidan algunas cosas. Antes conocía a todos los futbolistas de la Liga, y cuando digo todos es todos, y ahora no hay partido sin la sensación de que el locutor se está inventando nombres. A veces es peor, a veces pienso que los clubes fichan jugadores que no existen. Puse la tele y en el Levante jugaba Erick Cabaco. El director deportivo debió decir «voy a por Cabaco», y los demás debieron pensar lo típico y normal, que no volvería.

?Antes también salía bastante y ahora no salgo casi nada. Hay días incluso que llamaría a la policía porque me molestan los borrachos que gritan a deshoras por la calle, pero no lo hago porque eso me convertiría oficialmente en un señor mayor, y la paz del silencio obtenido no superaría al oprobio de la conciencia de la senectud chivata. En el fondo dejamos de salir por algo similar. Sabes que te has hecho mayor cuando el remordimiento de la resaca es mayor que el placer de la fiesta.

Lo difícil no es salir sino volver. Casi no salgo, pero la gente no me cree. En Castelló estamos de fiestas y yo les sigo la corriente para no quitarles la ilusión. Además Dios me otorgó un don que debo aprovechar, el de tener pinta de ir con resaca los 365 días del año. Lo acojonante de las fiestas de tu ciudad es que en el resto del mundo siguen pasando cosas, como si nada. Es algo que se debería corregir: no puede ser que los puntos de esta semana valgan lo mismo.

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