Las hay por toda España y todas tienen su encanto. En Teruel, mi tierra, en València donde viví los últimos años pero este año he conocido por primera vez la de Málaga. Declarada en 1980 de Interés Turístico Internacional y tras escuchar la emoción con la que nos hablaba de ella Antonio Banderas en la cena solidaria de su fundación a la que tuvimos la suerte de acudir, hacía presagiar que la Semana Santa en Málaga, este gran evento de carácter religioso, iba a ser algo especialmente emocionante e inolvidable.

Desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección decenas de procesiones desfilaron por las calles malagueñas, cada una de ellas formada por dos tronos (Cristo y Virgen), acompañado de nazarenos, promesas y millones de visitantes que atrae la ciudad y que no pierden detalle.

Como cual estadio de fútbol en las grandes ocasiones, los días previos al comienzo se van montando tribunas a lo largo del recorrido oficial para poder presenciar este evento desde un lugar privilegiado. No obstante, una semana antes comienzan los primeros traslados, es decir, pequeñas procesiones.

Horas y horas de espera para verlos pasar uno tras otro, aprovechar para lanzarle pétalos de rosa, rezar o arrancar con espontáneos aplausos al paso de las imágenes mientras vas quedando embelesado con cada uno de los tronos, llegando más de uno a encerrarse después de más de 10 horas de procesión. Mantos, palios, coronas, flores, música, vestimenta, incienso, y un largo etcétera, que forman un espectáculo para los cinco sentidos.

Las que por primera vez hemos vivido una Semana Santa en Málaga hemos quedado prendidas de su magia, de un encanto y un sentimiento difícil de explicar si no lo vives en primera persona, pero a la vez fácil cuando existe un motivo especial. Cuando quien te habla ello lo hace con el corazón, viéndole dirigir a más de doscientos hombres de trono dejándose el hombro por una pasión, sin guante en la derecha y los nervios a flor de piel.

La gente no tenía fin, el clima acompañó e invitaba a salir pero, quien me conoce sabe que intento siempre ser lo más profesional posible, y cuidarme significaba disfrutar en la justa medida, y es que por la mañana había que levantarse pronto para entrenar. Para muchos la fiesta no terminaba hasta el encierro de los tronos a las tantas de la madrugada, pero lo que no saben ellos, es que mi mayor fiesta son los 90 minutos son del partido del fin de semana.

Nos queda muy poco para terminar la temporada, y lo que hace unos meses era un sueño del que hablábamos como un hecho lejano, poco a poco se va acercando. Es inevitable pensar en ello cuando casi lo estás acariciando, sin embargo hay que centrarse en la filosofía Cholo; «partido a partido». El pasado, pasado es. El futuro, no lo conocemos aún.

Hay que vivir el presente y este pasa por ganar la primera de las tres finales que nos quedan y entonces si podremos decir que parte del sueño se ha hecho realidad.