Estamos en Zaragoza a 24 de abril de 1948. El día es frío y ventoso. Se va a disputar el campeonato de España de Maratón y han acudido una veintena de atletas. Ser maratoniano en aquellos años está mal visto. Se considera una distancia reservada para pueblerinos. Los velocistas y saltadores son los estudiantes, y la práctica de la larga distancia es algo «aburrido». El público dice: «Salen a correr y ahora... a esperarlos».

Sin embargo, en Algemesí, tras la Guerra, la afición a la maratón es una realidad. Prueba de ello son los títulos de campeón de España de Alfonso Sebastià en 1944 y 1945, y el de Manuel Sánchez en 1947. Otros buenos corredores fueron Bautista Blay, Luciano González, Jaime Talamantes, Francisco Molina, Salvador Díez y Miguel Pellicer. La mayoría de estos atletas son jornaleros, con escasos estudios, que tratan de ganarse la vida honradamente. Acuden a la Albufera a la siembra y siega del arroz. Van a la naranja. Cuando pueden se toman un café. Comen lo que buenamente les dan en sus casas. Pasan hambre.

La carrera que lo corona

Volvamos al 24 de abril. La salida se ha dado en el kilómetro 152 de la carretera de Zaragoza a Logroño. El grupo va compacto. Se vigilan. Saben que la carrera es larga y el recorrido sinuoso, con subidas y bajadas. José Blay, nacido en 1927, había sido segundo en el anterior campeonato de España (1947). Ahora cuenta con experiencia y, sobre todo, ha llegado en un estado de forma envidiable.

El kilómetro 11 lo pasa Blay en 48 minutos y va en cabeza. Por detrás, los aragoneses, que conocen el recorrido al dedillo, esperan que el valenciano desfallezca. Pasa la media maratón con Blay solo, luchando contra un viento frío al que no está acostumbrado. A cuatro kilómetros de la meta, por Casablanca, Blay saca casi un kilómetro al aragonés Martínez. Blay atraviesa la meta ante el delirio de unos pocos amigos de Algemesí. El crono marca 2 horas; 43 minutos 39 segundos, segunda mejor marca española en esos momentos de todos los tiempos. Marca que le da el billete para asistir a los Juegos de Londres.

Siega el arroz y hace de «collidor»

José Blay, desde niño, acompaña a los jornaleros y ha visto correr y proclamarse campeones de España a Alfonso Sebastià y Manuel Sánchez. Todo ello le estimula para ser corredor. Su entrenamiento es muy sencillo. Se entrena corriendo desde el pueblo hasta la partida de la Albufera, donde debe segar el arroz o el campo de naranjas de Xàtiva o Carcaixent, donde ejerce de «collidor». Su alimentación, según Alfonso Sebastià, consiste en «nabos, patatas, arroz, y alguna remolacha». Su economía no le permite ningún manjar, ni complementos vitamínicos, ni masajes, y del calzado ya ni hablamos. Su paso por el colegio resulta esporádico: lo principal es sobrevivir. Así, a temprana edad, ya se cita a las cinco de la mañana en la plaza del pueblo a la espera de que alguien le ofrezca trabajo.

Nunca cogió el avión a Londres

El destino parece que va a sonreírle: estar en unos Juegos podrá ayudarle a hacerse un nombre. Blay saldrá de Algemesí acompañado de un mando de Falange. El mando irá en un vagón de primera y el atleta en uno de tercera. Al llegar a Alcázar de San Juan, bajan a estirar las piernas. Pero Blay no vuelve a montarse en ese tren. Blay no llega a coger el avión en el aeropuerto de Barajas donde estaba el general Moscardó, delegado nacional de deporte. A partir de aquí hay dos versiones. Una la del mando de Falange: Blay se fue de señoritas. Otra, la de la familia, Blay fue engañado.

Sanciones durísimas

Ante los graves hechos, las autoridades convocan un comité presidido por Lluís Puig, del SEU; Sebastián Bonet, del Frente de Juventudes; Carlos Vila, de Educación y Descanso; el general Cortina por la Junta militar; y el comandante Recuenco como vicepresidente. También asiste Ballester Gaibrois, presidente de la Federación Levantina de atletismo; y José Antonio Caparrós, secretario de la federación. La federación impone la siguiente sanción: «Descalificar a perpetuidad al atleta de la delegación de Deportes de Algemesí José María Blay, por su indecoroso y antideportivo proceder con relación a los juegos Olímpicos de Londres. Descalificar a perpetuidad, para que no pueda preparar atletas ni figurar en la directiva de algún club atlético, a D. José Llanos, por desobediencia a los acuerdos federativos sobre competencia de preparador, siendo responsable en gran parte de la conducta de Blay, cuya custodia había reclamado y a la que se comprometió públicamente. Castigar con la inhabilitación de un año a la sección atlética de la Delegación de deportes de Algemesí por su reiterada postura de indisciplina».

En Algemesí y, tras haber sido descalificado a perpetuidad, su vida, no fue nada fácil. Blay tuvo que emigrar pues nadie quería darle trabajo. Se estableció en el delta del Ebro, donde rehízo su vida. Se casó, tuvo hijos y nietos. Entre sus compañeros, la mayoría de ellos lo consideraron un excepcional atleta que nunca se mereció ese castigo.

El orgullo de los Blay

La familia de Blay, en este caso Montse, una de sus nietas, dice: «José Blay es una alegría, aunque aún mas grande es el orgullo que sentimos al recordarle como lo que era, un trabajador incansable, una buena persona y un gran campeón en la vida que, pese a las penurias, sacó adelante a 7 hijos. Dejó un gran legado en el corazón de todos nosotros y su recuerdo será imborrable porque siempre habrá una gran historia que contar a esos nietos y biznietos que no le conocieron».

Un merecido homenaje

En verano de 2017, el Ayuntamiento de Algemesí honró la memoria de los tres atletas y se inauguró un mural en el polideportivo donde se rememora la carrera deportiva de estos tres excepcionales atletas que dieron al pueblo cuatro títulos de campeones de España de Maratón en 5 años. Al acto asistieron los hijos y nietos y biznietos de aquellos tres extraordinarios corredores que han permanecido bajo el polvo del olvido: Alfonso Sebastià, Manuel Sánchez y José Blay, Peret.