Carles Baixauli, Gran Canaria. enviado especial

Pese a su laboriosidad, el revés fue justo. En el fondo y en la forma. En el fondo, porque el Pamesa caminó siempre en el alambre. Y en la forma, porque nadó contracorriente en todo momento y arrastró deudas en el marcador desde los primeros segundos. Casualmente, el 88-81 final es un resultado idéntico, aunque a la inversa, al de la victoria de la pasada semana en Alicante. Un éxito, el del derbi autonómico, que se ha revelado como un simple espejismo en la acusada parábola descendente que describen los valencianos. Un oasis en pleno desierto.

Ni el reencuentro con una cancha talismán, ni la etiqueta del mejor visitante del campeonato pudieron evitar la desdicha. No hay peor pecado que la contumacia en el error. Sin llegar a los extremos de la final de Copa, el Pamesa Valencia empezó a firmar su alta de defunción con un paupérrimo primer cuarto. Su defensa de hojalata, fuertemente censurada por Ricard Casas a la conclusión del choque, lo encaminó hacia los infiernos. Los triples librados del Gran Canaria y la ausencia de rebote defensivo anticiparon parte del desenlace. Desde muy temprano, el Pamesa tuvo la derrota apuntándole en la sien. El 30-16 con que concluyó el primer tramo representó un lastre ya imposible de remontar. Superar tal rémora requiere de una uniformidad y una regularidad ofensiva que, hoy por hoy, no están al alcance de este Pamesa. Los ataques individuales de inspiración no remontan partidos. Y así transcurrieron el segundo y el tercer cuarto. Con un Pamesa a trompicones y con un Gran Canaria que amasaba rentas prudenciales no inferiores a los diez puntos.

Cuanto menos el Pamesa nunca se resignó. En ningún instante, alzó la bandera de la rendición. Esa abnegación en el esfuerzo, junto con la abdicación del Gran Canaria al principio del último cuarto, propiciaron unos minutos finales de vértigo. Abiertos a cualquier resolución. Gracias a Avdalovic, Timinskas y Garcés, que ahora sí se apropió de la exclusividad del rebote, el conjunto valenciano puso su aliento en el cogote de los locales. Sin embargo fue una demostración agonística más que otra cosa. La épica se antoja imposible con una línea exterior tan parca en recursos. Harrington, Luengo, Yebra y Stoykov (¿para qué ha venido?) reducen el repertorio valenciano a la mínima expresión. Y la épica ya es una quimera si se desaprovechan 17 tiros libres, números impropios de un equipo profesional. Al final, pese a edulcorar y a dignificar la derrota, el Pamesa acabó besando la dona. Por enésima vez en las últimas semanas. El conjunto de Casas cae hasta la octava posición y empieza a coquetear con el fiasco. Por segundo año consecutivo.