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Diego Fernández Pons desatasca con mimo un botellín de tercio y lo vierte sobre una copa de vino ancha. «¿Hueles los aromas? Hay miel, limón e incluso melocotón. Son las micropartículas del campo que quedan recogidas en la cebada y la flor del lúpulo». Ingeniero agrónomo y enólogo de profesión, nadie diría que esta catando una de sus cervezas Altura de Vuelo. «Sé que no es un nombre corto y de impacto pero representa una idea muy concreta: En la vida para ser feliz tienes que identificar tu altura de vuelo y no mirar ni hacia arriba ni hacia abajo». Pese a su pasión por el campo, Diego Fernández sigue conservando su aspecto de urbanita. Es el tercero de una familia de cuatro hermanos de Valencia que se ha embarcado en una aventura empresarial de riesgo que todavía les está costando dinero de su bolsillo. Trabaja para tres o cuatro bodegas en el radio de esa zona fronteriza entre Valencia y Castilla-La Mancha que es Venta del Moro. Desde hace seis años vive en la tranquila pedanía de Casas del Rey, envuelto en otoño de viñedos en espaldera y cepas de color púrpura.

Amantes de la cerveza, los Fernández Pons, constataron en sus viajes por Europa que muy pocos en España y nadie en Valencia fabricaba rubia de calidad, de esa que sólo se encuentra en los restaurantes de gama alta y bodegas especializadas. Con Diego como enólogo, Jorge de experto en ventas, Jacobo diseñador gráfico y José Manuel como financiero, constituyeron una sociedad limitada y compraron el antiguo edificio de la cooperativa vinícola de Casa del Rey con capital propio y un préstamo del ICO. Lo reformaron, adquirieron la tecnología básica y se pusieron manos a la obra. En total, unos 400.000 euros de inversión. Comercializan la cerveza desde hace siete meses. Hoy, mantienen sus empleos oficiales, que son los que les dan de comer, y la producción es de serie limitada, apenas 8.000 tercios al mes. Los objetivos son modestos, unos 15.000 botellines mensuales para empezar a ganar dinero. «No me gusta decir que es una cerveza artesana o ecológica, aunque en realidad es la dos cosas a la vez. Nuestro deseo es ofrecer la máxima calidad». Malta del norte y centro de Europa, flor de lúpulo de Canadá (hasta que arraigue la plantación proyectada en Casas del Rey), agua de los manantiales pegados a las Hoces del Cabriel, doble fermentación, la última con levaduras en el mismo recipiente de vidrio, y una embotelladora casi manual resumen el proceso de producción. Altura de Vuelo no busca convertirse en un refresco más, sino servir a paladares exigentes y acompañar platos de restaurante, aunque sea sesenta céntimos más cara, explica Diego Fernández. Una cultura poco extendida en España, donde los vinos señorean en las guías gastronómicas mientras las multinacionales publicitan como refrescos cervezas mezcladas con aromas artificiales de limonada. Ese es el principal «handicap» del proyecto de los hermanos Fernández Pons, que no pretende competir con el resto de cervezas del mercado, sino con el universo de los caldos.

Aire fresco en Casas del Rey

La empresa de los Fernández Pons añade además un componente de renovación sociológica en la aldea de Casas del Rey, hasta hace muy poco al borde de despoblamiento. La cervecera da trabajo por ahora a dos mujeres de la pedanía en un momento en que la crisis económica y la baja rentabilidad el campo atenazan la zona. La cosecha de uva del año pasado todavía se está cobrando. Sin embargo en Casa del Rey se ha producido un proceso curioso, similar al de otras zonas rurales. En los últimos meses regresan de zonas urbanas hijos y nietos de habitantes de la zona que tratan de ganarse la vida con los jornales del campo. Excluidos de las exigencias económicas de la ciudad, la última generación nacida en la aldea ronda ahora los cuarenta años, pero ahora los niños que corretean por sus estrechas calles casi alcanzan la decena. Los 65 habitantes de Casas del Rey son casi una multitud en comparación con años anteriores.