Al parecer, hay vida intelectual más allá de la Doctrina Única del Gran Ajuste (DUGA) que se sigue con devoción en la Europa del eje Merkel-Sarkozy (el que acaba de anunciar penas de excomunión y pan duro para los díscolos) y los Estados Unidos de la mayoría republicana en la Cámara y del Tea Party en el discurso dominante. La citada doctrina predica y practica la prioridad absoluta a la extinción del déficit y la reducción de la deuda como pasos indispensables para superar la crisis, y sus mentores se reiteran en ella cada vez que los datos de crecimiento invitan al desasosiego, como ahora mismo. Pero contra esta corriente principal continúan alzados algunos economistas que defienden exactamente lo contrario y dicen que es ahora, más que nunca, cuando los estados deben gastar. Son los últimos mohicanos del keynesianismo, los galos socialdemócratas en la única porción Occidente sin conquistar.

Miembros destacados de la tribu son Joseph Stiglitz y Paul Krugman, ambos galardonados con el Premio Nobel de Economía y prolíficos colaboradores de la prensa. Los artículos de Krugman se encuentran entre los más leídos en The New York Times y más reproducidos por la prensa internacional. En uno de muy reciente, blogueado, facebookeado y twiteado hasta el infinito, Krugman propone una estrategia sumamente herética.

Resumamos los ingredientes. Uno: gasto público para dar trabajo a los parados en la creación de infraestructuras y equipamientos. Dos: condonación y refinanciación de hipotecas para aliviar las economías familiares. Y tres: poner en marcha la máquina de imprimir dinero (el lo llama "esfuerzo de la Reserva Federal") para activar el consumo y para aliviar la deuda generando inflación. Todo ello con el objetivo de acelerar una máquina que ahora está casi parada.

Esta receta extrema del heterodoxo tiene pocos visos de ser escuchada ni en Washington ni en Berlín-París-Bruselas. Por razones comunes y por razones distintas. Las comunes: Occidente entero vive todavía en el golpe pendular iniciado en los años ochenta, cuando entre Reagan y Thatcher emprendieron la contrarreforma liberal; es un movimiento de largo alcance y no veremos un cambio de sentido hasta que la gravedad (de la situación) pueda más que la inercia del péndulo. Las específicas: Estados Unidos ha convertido en dogma la desconfianza hacia el protagonismo del gobierno federal, que el Tea Party ha exacerbado hasta el paroxismo; y Alemania, que marca en ritmo en Europa, tiene inscrito en su ADN el pánico a la inflación, por el recuerdo traumático de la que arruinó a la República de Weimar y contribuyó al triunfo del nazismo.

Pero lo cierto es que tanto Europa como Estados Unidos están creciendo menos de lo previsto, que ya era poco, y que sin crecimiento va a ser difícil devolver la deuda y liquidar el déficit. Y si más ajuste significa menos crecimiento, no solucionamos nada.

Hay que dar la vuelta al círculo vicioso. Los herejes proponen el gasto público y la fábrica de moneda para volver a crecer, crear empleo, mover el gasto privado. Los ortodoxos se escandalizan. Si las recetas ortodoxas no dan resultado, habrá que ver qué se hace.