Este mes los mercados financieros han estado al rojo vivo. Terminamos julio con la prima de riesgo en máximos históricos, por lo que fue necesario apagar el fuego con un acuerdo del Eurogrupo.

Con la reforma del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, las primas de riesgo se relajaron, pero por poco tiempo, comenzando a los pocos días la primera semana negra del mes de agosto, que dio paso a una no menos negra en la que a los problemas del euro se sumó la crisis del techo de la deuda estadounidense y la pérdida de su triple A, apareciendo nuevamente el fantasma de la recesión.

El denominador común a las dudas que plantean los mercados está en la sostenibilidad de los niveles de endeudamiento alcanzados. En algunos países, la ratio deuda pública/PIB ha alcanzado cotas insostenibles en un contexto en el que la debilidad del crecimiento económico hace muy difícil asumir los costes de esa deuda.La crisis griega se extendió rápidamente a otros países, lo que obligó al Banco Central Europeo a comprar deuda pública para frenar las subidas de la prima de riesgo alimentadas por la especulación.

Agosto avanzaba y la tormenta financiera seguía. Sarkozy y Merkel anunciaron que iban a dar un primer paso hacia la integración fiscal de sus economías, pidiendo al resto de socios del euro un compromiso firme en la lucha contra el déficit público, lo que en el caso de España ha dado lugar a plantear una reforma constitucional para incluir un techo al déficit público que tiene ventajas e inconvenientes. La principal ventaja es que supone imponerse un límite al déficit, lo que da confianza a los tenedores de la deuda. Pero el inconveniente es que se pierde independencia en la política fiscal, algo que puede ser peligroso a no ser que la regla se diseñe con rigor. En épocas de recesión, la actuación de los llamados estabilizadores automáticos incrementa el déficit público, por lo que un techo en términos de déficit corriente acentuaría aún más la recesión.

En consecuencia, confío que el techo se establezca en términos de déficit estructural, es decir, corregido de la actuación de esos estabilizadores.Si bien el debate se está focalizando en el techo al déficit, no hay que olvidar que la sostenibilidad de la deuda no solo depende de la cuantía del déficit primario (que no incluye los costes de la deuda), sino también de los tipos de interés y del crecimiento del PIB. Es muy importante establecer objetivos de superávit primario para hacer sostenible la deuda, pero sin olvidar el objetivo del crecimiento.

Por eso, es necesario implementar reformas dirigidas a conseguir un crecimiento basado en la competitividad. Si conseguimos crecer, será posible reducir el nivel de endeudamiento.

Y para ello, como señala el reciente informe Crecimiento y competitividad de la Fundación BBVA-Ivie 2011, además de las reformas del sector público, es necesario realizar mejoras en cuatro ámbitos: conseguir avances de productividad; eliminar las debilidades del tejido empresarial; proseguir con la reforma del mercado de trabajo y el sistema educativo; y recuperar el papel financiador del sector bancario para que vuelva a fluir el crédito. La pregunta del millón es si hay luz al final de este oscuro túnel. La respuesta afortunadamente es que sí, y la mejor hoja de ruta a seguir es poner en marcha las recomendaciones que formula el mencionado informe Crecimiento y competitividad. Lean las 49 recomendaciones del informe y verán que «Yes, we can».