En una pasada semana de infarto, la Comunitat Valenciana ha visto reflejada en el espejo una realidad —la propia— que ni en pesadillas se hubiera imaginado. Al menos hace cuatro años, cuando sus entidades financieras eran el mascarón de proa de una economía que la Generalitat de Francisco Camps comparaba sin recato con California o más. La crisis desveló que todo era un espejismo.

El pasado lunes, el Banco de España intervino el Banco de Valencia tras detectar un agujero contable que en los tres primeros meses del año le ha ocasionado unas pérdidas de 547 millones de euros. Al día siguiente, José Luis Olivas, presidente de Bancaja, presentó su dimisión como vicepresidente ejecutivo del Banco Financiero y de Ahorros (BFA), donde la caja tiene un 37 %, y de su filial Bankia, lo que ha disparado la ya soterrada lucha por evitar que Valencia no pierda más peso en ese grupo financiero, controlado por los hombres de Caja Madrid y, desde la presidencia, por Rodrigo Rato. El jueves se cerró el plazo para la presentación de ofertas para pujar por la también intervenida Caja Mediterráneo (CAM) y solo el Banco Sabadell se ha interesado de verdad. Los grandes, como Santander, BBVA y Caixabank, no se han atrevido a pujar.

Hasta aquí, el resumen es que dos de las tres mayores entidades financieras valencianas pasarán en breve a ser propiedad de una firma de la competencia y la tercera, Bancaja, se irá diluyendo cada vez más en un banco de ámbito nacional controlado desde Madrid, aunque, una vez pasadas las elecciones, crecen los rumores que apuntan a que Bankia podría entrar en un proceso de fusión con BBVA o Caixabank, lo que haría perder aún más influencia en el futuro grupo a la Comunitat Valenciana. Todavía puede ser peor, porque las complicaciones de la coyuntura financiera y el impulso del Banco de España están removiendo el suelo de las cajas rurales, tan arraigadas en esta autonomía.

La situación es tal que las otrora enemigas CRM, liderada por Ruralcaja y de la que forman parte otras catorce cooperativas de crédito de la Comunitat Valenciana, y Cajamar capitaneada por la andaluza del mismo nombre y de la que forman parte otras seis rurales valencianas, ultima una fusión que, en la práctica, supondrá la absorción de la primera por la segunda, que la cuadriplica por volumen de activos. Si se consuma esta operación, apenas quedará una decena de rurales y a muchas de ellas no le va a quedar más remedio que buscarse novio para sobrevivir.

Sea como fuere, lo cierto es que el daño ya está hecho. No hay vuelta atrás. Queda lamentarse o exigir responsabilidades a los principales culpables de esta desfeta. Y habrá que convenir con el presidente de la patronal autonómica Cierval, José Vicente González, en que en el fondo se trata de un fracaso colectivo. «Se podría haber hecho más, sobre todo en otros momentos», afirma el dirigente empresarial, quien tenía en mente la posibilidad de que hace «siete u ocho años» se hubieran tomado decisiones para blindar a las entidades valencianas. Es decir, la fusión entre Bancaja y CAM. Claro que esa unión no habría evitado la catástrofe si hubieran seguido gestionadas de la misma forma. Es algo en lo que coinciden todos los expertos consultados: falló la supervisión por parte del Banco de España, pero sobre todo ha habido un déficit imperdonable en la gestión, como prueba el hecho de que otras entidades, como las cajas vascas, la aragonesa Ibercaja o la andaluza Unicaja no estén, al menos de momento, en la misma tesitura. O la propia Caixa Ontinyent, el último reducto valenciano. Aquella economía sustentada en el sector inmobiliario, que lideraron las cajas pero a la que se sumaron empresarios y ciudadanos ávidos de obtener dinero sin esfuerzo, ha acabado por pasar una costosa factura. «Fue un problema de gestión, de falta de diligencia y puede que de negligencia», afirma el catedrático de Análisis Económico de la Universitat de València e investigador del IVIE, Joaquín Maudos.

¿Y ahora qué? ¿Qué va a ser de la economía valenciana si para financiarse tiene que recurrir a entidades ajenas a la sensibilidad de esta sociedad? En términos más generales, Maudos —quien asegura que de cara al futuro lo único que se puede hacer es «añorar el pasado»— apunta una idea con la que otros expertos, como el catedrático de Economía Aplicada de la Universitat de València, Vicent Soler, no están de acuerdo. Y es que el investigador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas asegura que lo que «importa no es tanto tener bancos valencianos, sino bancos que traten bien a la economía valenciana y un banco en dificultades [como era el caso de Bancaja, CAM y Banco de Valencia] no te puede atender» porque encarece los créditos o, simplemente, no los concede si tiene otras prioridades, como su recapitalización. En su opinión, ese tipo de entidades «iría en detrimento de la economía valenciana».

De una forma parecida se pronuncia el presidente de la patronal, quien apunta que «las empresas valencianas, en este momento, necesitan financiación, porque está muy restringida. Muchas empresas lo están pasando muy mal. Por tanto, la financiación será bien venida, venga de donde venga». Desde el mismo ámbito, el presidente de la federación del metal y vicepresidente de la Cámara, Vicente Lafuente, se expresa de manera más contundente: «Eso es romanticismo local y al final lo menos romántico es el dinero. Es cierto que no es buena la pérdida de la capacidad de diálogo que permite las entidades valencianas, pero la banca lo que busca es viabilidad en los proyectos que financia y si una empresa la tiene encontrará financiación donde sea».

Como queda dicho, Soler lamenta profundamente que la deriva de los últimos años haya acabado con el sistema financiero propio y discrepa del planteamiento general de Maudos o Lafuente en una línea similar a la planteada por el exdirector general de la Bolsa de Valencia y presidente de la gestora de patrimonios Etica Family Office, Francisco Álvarez, quien asegura que otras autonomías como Cataluña, Madrid, País Vasco o Andalucía sí han mantenido entidades bancarias arraigadas a su territorio, lo que supone una «desventaja geopolítica» para la Comunitat Valenciana, porque esas instituciones «serán más proclives a apoyar la economía de su zona, mientras que aquí Bancaja ahora tiene que pedir permiso a Madrid para la concesión de créditos según cuál sea su volumen». Es algo que los empresarios conocen bien y que ha sido motivo de queja, siempre en privado, al constatar cómo operaciones que antes cerraban sin problemas en sus oficinas habituales ahora se eternizan al necesitar el visto bueno de Madrid.

A estas consecuencias, Soler añadió otras como «la pérdida asociada del «efecto sede» y las consiguientes pérdidas de las economías de proximidad tan preciadas en un entorno económico poblado de pymes, pérdidas en las visiones valencianas geoestratégicas —por ejemplo, en el apoyo de infraestructuras— y pérdidas del mejor capital humano que teníamos en el mundo financiero, de expertos propios valencianos en ese ámbito, tan decisivo en los nuevos escenarios mundiales de globalización». Esta última es, sin duda, muy relevante y, de alguna forma, es la que permite entonar un adiós a los banqueros valencianos. Un ejemplo lo ilustra todo: los servicios centrales de Bancaja estaban integrados por unos mil trabajadores. Ahí se hallaba la materia gris de la entidad. Los que no han sido prejubilados están en las oficinas. La materia gris que manda ahora en Bankia es la de Caja Madrid. La misma tragedia se adivina para la CAM cuando pase a manos de un competidor.

Donde hay una coincidencia general es en que los menos afectados por esta pérdida van a ser los clientes. Es cierto que la oferta de entidades se está reduciendo y, cuando culmine la prevista segunda oleada de concentración del sector a la que aspira el Banco de España, será aún menor. Ya no tendremos en la misma calle ocho oficinas de distintas entidades ni la posibilidad de obtener ventajas propias de una mayor competencia. Pero habrá, a efectos de mercado, los bancos suficientes para cubrir la demanda. Como decía González, «sea quien sea quien tenga que tomar las decisiones a partir de ahora en esas entidades [CAM, Bancaja, Banco de Valencia] estoy convencido de que será inteligente para mimar un mercado tan importante». Por último, no hay que olvidar que la nueva realidad va a reducir a niveles tal vez testimoniales la actuación de las emblemáticas obras sociales de las cajas.