A utónomos, profesionales libres, gentes de la clase media conforman la nueva clientela del Monte de Piedad de Bancaja. Es la crisis económica, que ha ensanchado el mapa humano de quienes, necesitados de dinero y sin poder lograrlo de las entidades financieras, empeñan sus bienes. Esta es la actividad de esta institución nacida en 1878 a la par que la Caja de Ahorros de Valencia con la misión de socorrer a las clases necesitadas mediante la concesión de préstamos sobre alhajas, plata, piedras preciosas, ropas, telas y otros efectos de fácil conservación y salida, con exclusión de valores circulantes. La operativa sigue igual, centrada ahora en las joyas. El Monte de Piedad , a través de titulados en gemología empleados en la entidad, tasa la joya y concede un préstamo por una cantidad algo inferior al valor de tasación —influyen también factores como la antigüedad y el tipo de artículo: si solo es de oro, si lleva brillantes...— y con un interés que oscila entre el 6 % y el 8,5 %. El usuario tiene un año para devolver el dinero y recuperar su posesión. Si no lo hace, se produce una subasta, que apenas afecta al 4 % de las operaciones. Cubierta la deuda, el resto del dinero se abona al cliente.

El año 2010 los montepios de toda España tenían en vigor 370.964 operaciones de préstamo —30.971 de las cuales correspondían a la institución valenciana— por un valor de 219,5 millones (18 el de Bancaja). Seis meses más tarde, según los últimos datos oficiales, los préstamos en vigor habían descendido a 358.533, mientras que el importe de los mismos había aumentado un 6,1 %, hasta 226,3 millones. Por sorprendente que parezca, esa dinámica de descenso en las operaciones e incremento de los importes también puede entenderse como fruto de esta crisis.

Valor refugio

El director del Monte de Piedad de Bancaja, Vicente Sifre, asegura al respecto que la explicación está en la consideración del oro como valor refugio y la proliferación de empresas dedicadas a la compraventa de este metal. Cuenta Sifre que cada día se ven a la puerta de la institución valenciana al menos una decena de comerciales de esas empresas que intentan evitar que los usuarios del Monte empeñen sus joyas. Los buscan para comprárselas «y, por tanto, pagan más caro que nosotros, pero también hay que tener en cuenta que ellos adquieren esas joyas para fundirlas y fabricar oro que revenden a joyeros o inversionistas, mientras que nosotros no destruímos la joya».

Por otro lado, con los mercados bursátiles en franco declive, el oro se ha convertido en un valor refugio y ha alcanzado precios históricos. Por ello aumenta el importe de las operaciones: hace dos años se situaba de media en 450 euros; en 2010 subió a 550 y el año pasado ascendió a 650. Sifre lo explica de forma muy gráfica: «Hace cuarenta años, con el importe de una cantidad determinada de onzas de oro te comprabas un Cadillac. Hoy con el mismo dinero puedes adquirir cuatro Mercedes descapotables, pero, si el equivalente en dinero de aquellas onzas lo hubieras ingresado en el banco, solo te daría ahora para comprarte una moto».

El director del Monte de Piedad de Bancaja asegura que la clientela tradicional de la entidad es «la gente excluida del sistema financiero», en su mayoría pertenecientes a las «capas sociales más bajas». Sin embargo, ahora «se han incorporado personas integrantes de ese grupo de tres millones de parados que ha generado la crisis». Se trata de «gente con un nivel más alto, profesionales, autónomos, personas a las que les han ido mal los negocios».

En este sentido, Sifre puso el ejemplo de un abogado que lleva varios asuntos de empresas en concurso de acreedores y que, como no está cobrando de sus clientes, no tiene otro remedio que empeñar sus joyas. Son casos de personas que hasta la llegada de la recesión les había ido bien en la vida y, por ello, habían podido hacerse un patrimonio con joyas de un valor medio. El director del Monte de Piedad diferencia, entre sus clientes, a las familias que, para acabar el mes o para comprar alimentos, empeñan sus joyas y obtienen 300 o 400 euros. Son los casos más tradicionales, mientras que la clase media recurre a esta institución más bien «para pagar deudas con la banca, como la hipoteca, o por impagos de sus clientes».

El círculo se cierra con la subasta, a la que suele acudir público en general y los ya citados compradores de oro, «que son los que se quedan con los lotes de mayor volumen». A un lote, como explica Vicente Sifre, que «esté integrado por tres pulseras, dos anillos, una sortija y unos pendientes no puede acudir un particular». Otra cosa bien distinta son las joyas individuales, donde «sí hay gente que las quiere y puja para quedárselas».