Una bicicleta. Una moderna bicicleta plegable de aluminio negro, apoyada en la pared del estrecho pasillo, saluda al visitante al entrar en el piso que el sociólogo y filósofo francés Edgar Morin (París, 8 de julio de 1921) ocupa desde el verano pasado en un viejo edificio del barrio parisino de Montparnasse. Un piso antiguo, pero renovado con gusto contemporáneo, acogedor y cálido, abierto de par en par a la luz, a esta hora ya mortecina y gris, de la calle. "La cojo a menudo, por aquí por el barrio, pero sólo cuando hace buen tiempo", explica con una sonrisa de satisfacción el padre del pensamiento complejo.

Esa bicicleta resume en su simplicidad mecánica el espíritu dinámico y apasionado de este eterno joven de 90 años, autor de una sesentena de obras traducidas a 28 lenguas en 42 países. Infatigable, en su cabeza bulle ya un próximo libro, dedicado a la ciudad de Berlín, que ha visto destruida, encerrada, liberada...

En el salón, sentado en el sofá, le acompaña hoy un invitado de excepción. Un amigo y un cómplice. Un viejo camarada también, compañero de combate en la resistencia contra la ocupación nazi, que le llevó, en su caso, a ser deportado al campo de concentración de Buchenwald. El ex diplomático Stéphane Hessel (Berlín, 20 de octubre de 1917) saborea a sus 94 años, no sin cierta aprensión, el inesperado éxito mundial de su modesto panfleto ¡Indignaos! y la aparición en diversos países, siguiendo su estela, de movimientos de protesta de indignados, de particular repercusión en España. "Yo estaba impresionado, preocupado incluso, por el éxito de ese librito. Y me dije que no podíamos quedarnos ahí. Por eso escribí ¡Comprometeos!, explica casi justificándose quien fue uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU en 1948.

El éxito de ¡Indignaos! despertó las conciencias y contribuyó a levantar movimientos de protesta de la juventud en numerosos países, entre ellos y particularmente en España. Pero estos movimientos no han tenido, hasta ahora, una traducción política. ¿Faltan ideas?

Hessel: Totalmente. La protesta es un principio, necesario, pero un principio. Hay que despertarse, tener ganas de que las cosas cambien. Pero después ha de venir una reflexión sobre los cambios que son necesarios. En nuestro libro planteamos cuáles son hoy las grandes reformas indispensables para superar la crisis, para salir de la tristeza, del desaliento. Es necesaria una acción resuelta de los gobiernos, pero también de los ciudadanos. Nosotros creemos que hay que movilizar a los ciudadanos en todos los países para llevar a cabo las reformas que son ¬fundamentales.

Morin: Estoy plenamente de acuerdo. Los movimientos de la juventud en Europa, en Estados Unidos, en los países árabes, han sido muy importantes. Pero estamos obligados a constatar que detrás de este movimiento, llevado por aspiraciones justas y profundas, no ha habido un pensamiento. Falta un pensamiento político que reflexione sobre la crisis profunda de nuestro siglo. Estamos en una crisis que no es sólo económica, demográfica, ecológica, moral. Es una crisis de civilización, una crisis de la humanidad. Si no pensamos en este marco, estamos condenados a la impotencia. Hay que pensar en otra vía, lanzando reformas múltiples, hay que preparar un nuevo camino.

En el pasado, el modelo comunista se presentaba como la alternativa al capitalismo. La caída del muro de Berlín pareció dejar al capitalismo como única vía…

Hessel: Hay dos ideologías que creían tener respuesta a todo: la comunista y la neoliberal. Ambas están hoy en un callejón sin salida. La ideología neoliberal nos ha conducido a esta crisis económica ante la cual tenemos la obligación de reaccionar con firmeza. Entre estas dos ideologías existen algunas cosas, la democracia, los derechos del hombre, valores fundamentales sobre los cuales construir.

Morin: Se creyó que el hundimiento, la implosión del comunismo, tanto el soviético como el maoísta, era el fin de las ideologías. Y el neoliberalismo se presentó como la respuesta realista y concreta a los problemas contemporáneos, olvidando, o enmascarando, que se trataba también de una ideología, según la cual las leyes del mercado podían resolver los problemas del ser humano. La gran conquista de estos últimos años es que hemos comprendido que se trata de una ideología que se pretendía ciencia. Hoy hay que pensar más allá. No se trata, entiéndase, de destruir el mercado, sino de yugular a las mafias y los poderes que lo controlan todo e impiden al propio mercado realizar su papel. Hay que tener una nueva visión de la sociedad.

¿Qué camino tomar? ¿Qué hacer?

Morin: El capitalismo no es eterno, pero tampoco está muerto, se transforma. Y ha adoptado formas perversas con la especulación financiera. En estos momentos, el capital financiero aterroriza a los estados e impone la austeridad a los pueblos. Hay que poner límite a su omnipotencia. Pero hay un capitalismo de empresa que puede continuar. Pienso que es posible impulsar una economía que rechace la hegemonía del beneficio a toda costa, una economía social y solidaria, una economía justa. Es necesario desarrollar una agricultura y una ganadería ecológicas, humanizar las ciudades, revitalizar el campo… Y el Estado debe asumir un papel de inversor social.

Todo el mundo está preocupado por encontrar la forma de reactivar el crecimiento económico. Ustedes, en su libro, hablan de la necesidad de decrecer…

Morin: Hoy hay cada vez más en el mundo una parte de la población, empobrecida, que no tiene acceso al consumo y a la que hay que permitirle acceder. Pero existe a la vez un exceso de consumismo. Cebamos a los niños con productos que les vuelven obesos, vendemos productos dotados de virtudes puramente mitológicas –la salud, la belleza–, alimentos llenos de conservantes peligrosos para la salud, objetos desechables, coches y electrodomésticos concebidos para durar no más de seis años... Es un despilfarro económico. Hay que hacer decrecer la economía del despilfarro, de la futilidad. Hay que recuperar las virtudes de la reparación de objetos duraderos. Hoy hay una fuerza enorme, que es la fuerza de los consumidores. Si los consumidores se convierten en una fuerza capaz de seleccionar los buenos productos y boicotear los malos, pueden intervenir en el cambio. Hay cambios posibles en todos los terrenos. Si se hacen juntos, podemos progresar por la buena vía.

¿El cambio está en manos de los ciudadanos?

Hessel: Existe un triángulo: las fuerzas económico-financieras, los gobiernos y los ciudadanos. Los ciudadanos deben ser alentados a utilizar su poder, que puede ser decisivo para devolver a los gobiernos la capacidad de resistir a las fuerzas económicas y financieras.