Es posible que el presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, mes y medio en el cargo, se preguntara ayer, durante las más de cuatro horas de intervenciones de los accionistas, qué hacía allí. Más probable, sin embargo, es que se acordara de su antecesor Rodrigo Rato y del vicepresidente de este, José Luis Olivas, ausentes de la junta del banco celebrada en el Palacio de Congresos de Valencia y auténticos destinatarios del comprensible reparto de improperios que los "engañados" y "estafados", según confesión propia, copropietarios de la entidad dirigieron contra "Gori, Gori", como alguno de los presentes llegó a calificar, desde el anonimato, al presidente de Bankia. No es cuestión de reproducir todos los insultos que se profirieron ayer contra él, pero la ausencia de vergüenza y la cobardía fueron reproches comunes.

Estaba previsto que la junta de accionistas fuera tensa y el pronóstico se cumplió con creces. Más de cien intervenciones mostraron a las claras el nivel de indignación que respiran tantos clientes de las antiguas cajas que integraban la matriz de Bankia hasta el miércoles, entre ellas Bancaja, al ver cómo buena parte de sus ahorros se han perdido en el sumidero de la crisis del que fue el "Banco de la nueva banca".

Fue una sucesión interminable de testimonios desgarradores. Vidas rotas. Un futuro más que inquietante para tantas personas que fueron inducidas a destinar su dinero a las participaciones preferentes, que se quedaron allí atrapadas y que solo lograron como solución el canje por acciones de la entidad, tan devaluada en Bolsa que las pérdidas alcanzan tres de cada cuatro euros. Una enormidad para cualquiera. Un desastre descomunal para quien tenía poco dinero y, por su edad, carece de tiempo para recuperarse. Nada más estremecedor que la visión de una mujer aferrada al micrófono implorando con dignidad una y otra vez: "¡Quiero mi dinero!". Poco antes, un señor mayor, con problemas de visión y movilidad, conmovió a la sala con el relato de una vida de trabajo y honradez. En aquel foro, la anécdota de cómo devolvió una caja con la millonaria recaudación de su empresa que el contable había dejado olvidada una noche a la vista de todos, resonó con estrépito, porque probablemente justo lo contrario era lo que los presentes achacaban a los exgestores de Bankia. "¿Con qué dinero pago ahora una residencia o a una mujer que nos ayude a mí y mi mujer también inválida? Un poco de humanidad", afirmó antes de cerrar su intervención entre lágrimas.

Era ya el tramo final y la participación de afectados directos volvió a enardecer al auditorio, como había sucedido en la fase inicial. Entremedias, los ánimos estuvieron más calmados, probablemente porque la mayoría de intervinientes eran representantes de asociaciones de usuarios, despachos de abogados y asociaciones de afectados, que mezclaban la denuncia con guiños a los damnificados. Con las fuerzas muy mermadas por las horas de espera, los accionistas que hablaron en último turno entraron también en cuestiones de organización y reprocharon al consejo de Bankia que ni siquiera les hubieran repartido agua. Una mujer afirmó que la junta le había recordado los años sesenta, "cuando los grises venían a la universidad". "Nos han tratado como borregos", concluyó. Se refería al fuerte despliegue de seguridad a la entrada incluso a la propia sala, donde al principio de la jornada se produjo un altercado al intentar un grupo de accionistas colarse en el interior. Sin éxito.

Lo más soprendente de todo es que en seis horas de parlamento y si exceptuamos el lamento inicial que pronunció Goirigolzarri, solo un director de oficina de Bankia, procedente de Caixa Laietana, fue capaz de expresar lo que toda la sala esperaba oír, además de que les devolvieran su dinero: "Pido perdón a mis clientes por haberles vendido acciones. Les he defraudado". Y eso que, como afirmaron varios de los intervinientes, en la sala había un buen número de "palmeros", es decir, directores de sucursal de Bankia también accionistas.