Los datos no dan lugar a muchas dudas. La segunda economía mundial, la china, padece claros síntomas de agotamiento. La euforia de la década de los noventa, cuanto la economía asiática era la niña mimada de los inversores y se veía como un milagro del crecimiento, ha comenzado a enfriarse. «En 2013 comenzó un ciclo de ajuste a la baja en Asia, un ciclo que ha sido y continuará siendo doloroso», señalaron ayer los economistas de Morgan Stanley en un informe recogido por Bloomberg.

Las últimas cifras sobre la economía china no son precisamente esperanzadoras: el Ejecutivo de Pekín ha fijado un crecimiento para 2015 del 7 % —medio punto menos— tras registrar en 2014 el más bajo de los últimos 24 años, con una expansión del 7,4 %, tres décimas menos que en 2013. Y la actividad manufacturera ha experimentado en agosto un notable empeoramiento, con su peor dato en 77 meses. Las tres devaluaciones del yuan o la posibilidad de que los fondos de pensiones chinos inviertan en bolsa tampoco han servido para frenar las caídas de los mercados asiáticos, lo que desvela que el problema es mucho más profundo.

De hecho, esta situación se está produciendo en un momento en el que el comercio mundial parece haber tocado techo —en lo que va de año ha bajado un 3,4 %— y las materias primas también se desploman por la bajada de la demanda china —el precio del petróleo cayó al nivel más bajo desde 2009—, lo que ha afectado a países como Brasil, Australia, Malasia y Sudáfrica. Mientras que Rusia y Turquía, por diferentes motivos, también pasan por un momento difícil. Y el contagio, que ya roza a Europa, podría pasar factura también a Sudamérica. Un cóctel peligroso.