La economía española es la que más crece de las grandes del mundo avanzado. El empeoramiento del contexto internacional, y la incertidumbre creciente sobre la economía global, pondrán a prueba la solidez de la recuperación española. La desaceleración que se había pronosticado hace meses para el segundo semestre por diversos centros de predicción ya se está manifestando y el impulso nacional se está atenuando desde este verano. Los pronósticos del FMI apuntan a que el repunte español seguirá una tendencia de desaceleración hasta 2020. Para entonces el crecimiento esperado es del 1,8 % frente al 3,1 % previsto para este año por la mayoría de las predicciones.

El país tiene muchos desafíos pendientes: segunda mayor tasa de paro de la OCDE, segundo mayor déficit fiscal de la eurozona, déficit primario (antes de contabilizar los costes financieros de la deuda), séptima mayor deuda pública del área y tercera que más crece, tercer mayor endeudamiento privado de la UE y segunda mayor deuda externa (suma de débitos públicos y privados con el exterior) del planeta.

Mantener el crecimiento es vital para corregir tamaños desequilibrios porque su persistencia colocan al país en una enorme vulnerabilidad en caso de que la demanda interna desfallezca, las condiciones monetarias y financieras internacionales se endurezcan y la incipiente ralentización que se observa en muchas economías conduzca a un frenazo global.

La vigorosa reacción de España a partir del fin de la segunda recesión en 2013 no es un hecho insólito. Se trata más bien de un comportamiento muy habitual en la economía nacional. Por sus peculiaridades, España ha demostrado siempre una pronta e inusitada respuesta a los estímulos. Se trata de una economía con mucha elasticidad y enorme volatilidad, acostumbrada a los comportamientos compulsivos, muy pendular y expuesta siempre a los extremismos.

El brioso comportamiento español en las fases de salida de las crisis tiene una acreditada consistencia empírica. De hecho, España y Japón son los dos países avanzados que se suelen poner como ejemplo de saltos espectaculares: en apenas 30 años (entre la década de los 50 y la de los 80) ambos pasaron de ser países pobres a situarse entre los más desarrollados.

Salidas raudas de procesos recesivos se produjeron en España en los primeros años 60, cuando el franquismo rectificó toda su política económica con el Plan de Estabilización y se pasó del decrecimiento a incrementos de dos dígitos en apenas dos años. Ocurrió de nuevo en 1985, con Felipe González, cuando, tras las dos crisis petroleras y las grandes reconversiones industrial y bancaria, España entró en lo que el entonces BBV definió como «una de las etapas más expansivas del siglo XX», y que se prolongó hasta 1991. Tras la recesión de 1992-1993, España volvió a resurgir con mucha fuerza. En 1994 (primer año poscrisis) España creció el 2,3 % (0,9 puntos más de lo que lo hizo en 2014, primer ejercicio completo de la actual recuperación) y en 1995 la economía avanzó el 3,2 %, que es lo que se espera que ocurra este año: las previsiones apuntan a aumentos entre el 3,1 % y el 3,3 %.

En todos los precedentes de salidas raudas de periodos problemáticos España contó con la alianza de factores externos extraordinarios. En los años 60 fue la etapa de gran prosperidad en Europa y otros países avanzados; en los 80, la entrada de España en la CEE (actual UE); y en los 2000, la incorporación al euro y el descenso de los tipos de interés una vez que España cedió su soberanía monetaria al Banco Central Europeo (BCE), todo lo cual contribuyó a su vez a impulsar las «burbujas» inmobiliaria y crediticia que sustentaron lo que se dio en llamar el «milagro español».