El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, parece estar estar actuando con un convencimiento y una determinación inusuales al final de su legislatura. Por otra parte, los seis principales partidos que van a concurrir a las próximas elecciones están mostrando también una actitud responsable y democrática, al margen de las diferencias, algunas importantes, que existen entre ellos. En todos se percibe un genuino sentido de estado. A eso hay que sumar el afianzamiento de los reyes de España, que están demostrando un saber hacer, una sensatez y una sensibilidad que los eleva muy por encima de los escándalos que han salpicado en los últimos tiempos a la monarquía. La irrupción en escena del papa Francisco, ha sido uno de los sucesos más extraordinarios de los últimos tiempos. Con su discurso, impregnado de sensibilidad social, de sentido de la justicia, de los mejores valores que emanan de la doctrina de la Iglesia, está sembrando la esperanza entre las gentes de todo el mundo, y despertando la mala conciencia en muchos de sus gobernantes, que se ven en evidencia ante el lúcido diagnóstico de los problemas y las afirmaciones rotundas y certeras del pontífice. Todos parecen dispuestos a luchar, cada uno desde sus posiciones ideológicas, contra peligros comunes, que nos amenazan de manera indiscriminada: el terrorismo, la guerra, la corrupción, la pobreza, la desigualdad, la falta de perspectivas? Flota en el aire una necesidad y un deseo de regeneración, como si todos presintiéramos que estamos tocando fondo, que todo necesita reinventarse, tanto en el ámbito de la economía como en el de los valores y, sobre todo, en la manera de hacer política. Nuevas ideas y propuestas ven la luz todos los días. Por extremadas que nos parezcan no nos deben asustar. Son una muestra de vitalidad, de compromiso, de voluntad de mejorar las cosas.

Debemos incorporarlas al debate público sin miedo, y dar vía libre, entre todos, a las que lo merezcan, sin sectarismos, con espíritu democrático, pensando tan sólo en el bien común. No sólo en el nuestro, el de nuestro país; también el de toda la humanidad. En un mundo tan globalizado, tratar de encerrarse en los límites de la propia nación, como parece que están pretendiendo algunos, es una auténtica locura. Todos estos signos me hacen sentir optimista de cara a los próximos cinco años de la década. Creo que seremos capaces de salir de la profunda decadencia en la que hemos ido cayendo a lo largo de las dos últimas décadas.

Eso sí, para conseguirlo tendremos que luchar contra aquellas personas y sectores que no lo sienten así, que se cierran en la defensa a ultranza de sus intereses particulares y prebendas, aunque estas se basen en el expolio y el deterioro de la calidad de vida de sus semejantes. Esos, con su actitud, se sitúan automáticamente al margen de la ética democrática, y los demócratas no podemos dejar que, por su culpa, se eche a perder tanto esfuerzo, tanto derroche de buena voluntad y ansias de mejorar el mundo.