Desde el inicio de la crisis el empleo ha sido el tema recurrente, en una comunidad autónoma que ha demostrado su vulnerabilidad frente al monocultivo del ladrillo. La reconversión económica y el nuevo modelo productivo han devenido mantras sucesivos sin ningún tipo de efecto sobre las políticas reales. La innovación queda muy bonita en los eslóganes electorales, pero es una materia intangible y compleja de aplicar sobre el cemento de la realidad. Hace falta tiempo, capacidad y ganas de escuchar.

Pero además de la cacareada I+D (esencial si de verdad no queremos volver a tropezar en esta piedra, que más bien parece un péndulo de granito) ha habido otro tótem que se esgrimía como solución casi mágica al desempleo crónico: el empleo verde, aquellos trabajos relacionados con el mundo ambiental, o que van encaminados a producir un menor impacto de los sectores tradicionales. A todos los niveles (estatal, autonómico, local) han sido varias las formaciones que han remarcado la necesidad de apostar por un cambio de modelo, por abrir nuevos caminos y aprovechar el que se decía que era uno de los grandes yacimientos de empleo. Y sin embargo, en el nuevo Consell brilla por su ausencia. En una conselleria de Empleo desorientada, la que podía haber sido una de sus grandes bazas se ha convertido en una ausencia inexplicable. ¿Para qué llevar el apellido de «Sostenible» si se hace caso omiso de su significado? Si de verdad el departamento de Rafael Climent quiere erigirse en puntal de la transición energética, productiva, industrial y ambiental, debe empezar por ahí. Y dar, a su vez, ejemplo a todas aquellas empresas que de quien primero han prescindido ha sido de quien velaba por minimizar su impacto ambiental.

Aún a pesar de que la mayoría de referencias se hayan hecho insertas en frases vacías de campaña electoral o réplica parlamentaria, el empleo verde tiene, efectivamente, un potencial enorme. Tras el acuerdo de París hemos decidido caminar hacia la descarbonización de la economía (esto es, el fin de la dependencia de los combustibles fósiles). Es un reto descomunal que requerirá inversión, talento y creatividad, y abrirá múltiples posibilidades en el mercado laboral. Pero el empleo verde no son sólo energías renovables: es también revitalizar el interior sin venderlo al mejor postor, apostar por el desarrollo de tecnología propia contra retos ambientales, reorientar el turismo, elevar los estándares de contaminación industrial y obligar a las empresas a presentar memorias de sostenibilidad, inocular el medio ambiente en el sistema educativo, potenciar una agricultura respetuosa y capaz también de ofrecer servicios ambientales, cambiar cómo nos deshacemos de las basuras y repensar las ciudades mediterráneas desde dentro, rehabilitándolas, y no vaciándolas mientras se expanden sin control por la periferia.

Empleo verde hay, y mucho. Llevamos demasiado tiempo hablando de él como para olvidarnos justo ahora, que lo tenemos al alcance de la mano. Harían bien Ximo Puig y Mónica Oltra, personas con sensibilidad por el medio ambiente y el territorio, en hacer suya la apuesta por un País Valenciano que, de una vez por todas, se avance a los acontecimientos y sepa leer por dónde va el futuro.