María Dolores Amorós pasará a la historia por ser la última directora general de la CAM. Mano derecha de Roberto López, del que fue adjunta desde febrero de 2001, esta alicantina empezó a trabajar en la caja alicantina en 1982, cuando aún no había cumplido los 20 años, concretamente, en una oficina de San Vicente.

Su ascenso había sido fulgurante, y de simple administrativa pasó a ser la máxima responsable de la gestión, sustituyendo así a López Abad a partir de noviembre de 2010, en una carrera que muchos tildaron de meteórica y que no pocos atribuyeron a su habilidad con los números. Lo atribuyeron a eso, pero también a una desmedida ambición, lo que le valió recoger algún que otro enemigo.

Sin embargo, si fulgurante fue su ascenso, no menos fulgurante fue su caída. Duraba bien poco en el cargo, y en agosto de 2011, llegaba al final su etapa como directora general de la CAM. Apenas había llegado a los nueve meses.

Los interventores del FROB primero la suspendieron de empleo, y el despido llegó poco después. Los gestores de la caja en aquel momento entendían que había utilizado su cargo en beneficio propio al pactar con el expresidente de la caja, Modesto Crespo, una cómoda jubilación de ni más ni menos que 30.791 euros mensuales.

Previamente, su nombramiento como directora general de la CAM se había diseñado como un paso intermedio para asegurarse una plaza en el Banco Base, en concreto, como directora comercial. No obstante, en esta última etapa algunos dicen que la vieron llorar fruto de la desesperación por lo que ya se anticipaba.

Y es que, finalmente, los planes se habían torcido con el fracaso del SIP y la intervención del Banco de España. Así las cosas, ya no le quedaba otra. Amorós se veía obligada a ir al Inem a pedir su prestación por desempleo, mientras que bajo el brazo llevaba el título de haber sido la última directora general de una caja con más de 130 años de historia. No renunció, en cualquier caso, a presentar una demanda por su despido, aunque la acabaría perdiendo.