­Si la economía valenciana fuera un organismo vivo, el corazón tendría forma de turista. E Isabel sería el dedo meñique del pie izquierdo: ella limpia los hoteles. Tiene 33 años y ha dedicado la última década de su vida a hacer camas, pasar la aspiradora, limpiar el polvo y cargar con ropa sucia por los pasillos de un hotel. Ahora está en un establecimiento de cuatro estrellas en Valencia que oferta sus habitaciones dobles, en régimen de media pensión, por 120 euros la noche. Ella cobra 850 euros al mes por limpiar 18 habitaciones al día: 1,5 euros por cada habitación que limpia, independientemente del número de camas que ésta tenga, el tipo de ventanales o si la ducha tiene mampara. Esos detalles, para el usuario irrelevantes, pueden suponer para Isabel veinte minutos más de trabajo sin remuneración extra. Tampoco se valora si va a preparar una habitación para un nuevo cliente o si simplemente debe repasar una estancia todavía en uso. Cada habitación que haga fuera de su ratio se paga a 1,9 euros.

La estrategia de la subcontrata

Realmente, ella no trabaja para el hotel donde presta sus servicios: está empleada por una empresa multiservicios que nutre de limpiadoras a los hoteles valencianos. Es esta empresa quien fija las condiciones laborales de las camareras de piso, unas condiciones que se han visto enormemente esquilmadas a partir de la externalización de los servicios por parte de las compañías hoteleras.

«Antes, directamente del hotel, podía cobrar entre 1.300 y 1.400 euros por ocho horas de trabajo. Ahora cobro la mitad y por las mismas horas». Eso, el día que trabaja ocho horas. «Hay días que me tiro catorce horas perfectamente. Jamás me voy a las cuatro y media. A las seis, con suerte».

En el libro Las que limpian los hoteles, Ernest Cañada explica la situación en la que se encuentran ahora mismo las camareras de piso: después de años sirviéndose de las ETT, y cuando los sindicatos lograron que un trabajador enviado a través de una de estas empresas mantuviera las condiciones de aquellos empleados directamente por el hotel, «cada vez son más los hoteles que recurren a la subcontratación de empresas de servicios para que asuman la gestión integral de los departamentos de piso».

Además de aplicar un ERE a aquellas que no pasan el filtro de la subcontratación, «las trabajadoras de las empresas externas pasan habitualmente de estar enmarcadas en el convenio de hostelería al convenio específico de la empresa». ¿Qué implica este salto? «Que las trabajadoras puedan sufrir una rebaja en su categoría profesional, pasando de camareras de piso a peones o limpiadoras y que haciendo un mismo trabajo, o incluso más, cobren entre 300 y 400 euros menos».

El coste físico

Gonzalo Aranda, de UGT-País Valenciano calcula que en la comunidad habrá entre 4.000 y 5.000 camareras de piso, mujeres que «pueden llevar veinte años trabajando y que si no se toman tres o cuatro pastillas al día, no pueden realizar su trabajo». Un extremo que confirma Isabel: «Muchísimo dolor de espalda, cansancio físico», y al final, «si se te ha olvidado una pastilla de jabón, el cliente va a decir que no le has dejado jabón».

La joven apostilla: «Quieren un hotel de cinco estrellas y las condiciones laborales que ofrecen no dan para eso». De hecho, Aranda asegura que el mantenimiento de los niveles de ocupación hotelera durante la crisis no habría sido posible de no ser por la precariedad que azota a mujeres como Isabel y que ha servido para mantener embridados los precios en una coyuntura donde los costes no paraban de crecer. «En proporción de cómo disminuyen los salarios y las condiciones laborales, las empresas pueden preparar mejores ofertas» porque reducen el coste de personal.

El Consell y los empresarios

Francesc Colomer, director de la Agencia Valenciana de Turismo, tiene claro que no se puede «competir en primera división sobre situaciones de sobreexplotación y jornadas maratonianas». Para revertir esta situación, Colomer reclama «pedagogía» en el sector y asegura que los inspectores de trabajo están llamados a «combatir las irregularidades y tomar conciencia de esta realidad».

Pero Luis Martí, presidente de la Federación Hotelera de la Comunitat Valenciana, es más esquivo. Cuando se le pregunta por la situación de las camareras de piso hace un llamamiento genérico para que se cumplan los convenios colectivos. Sin embargo, ante la mención de las externalizaciones concede que «es el punto más espinoso». Asegura que la patronal aboga porque la subcontratación se haga dentro de los límites que fija la ley pero reconoce que «hay veces que se hacen externalizaciones sin que el tercero cumpla las condiciones» del convenio. Martí es escueto: «Nosotros abogamos porque eso no ocurra».

Isabel sabe que su trabajo no la va a jubilar. Lo que más le preocupa no es el dolor de espalda ya perenne, sino que se le duermen las piernas constantemente. «Mi médica de cabecera me dice que todo me viene de lo mismo y que va a ir a peor. A lo mejor, cuando tenga cuarenta años, ya no puedo trabajar». Por supuesto, sus vacaciones están salteadas a lo largo del año y nunca coinciden con el período vacacional de sus hijos o su marido. «Me dan días libres en enero, en febrero, después de Navidad… ¿Qué hago sola esos días? ¿Me quedo en mi casa limpiando?». Su hijo mayor se va de viaje de fin de curso y le ha hecho prometer que no va a ensuciar la habitación porque hay alguien, probablemente una mujer, que va a tener que limpiarla.