España ha recuperado el nivel de riqueza que tenía 2008 si por tal se entiende el valor del Producto Interior Bruto (PIB), el resultante de la actividad económica. Lo ha hecho con 1,8 millones de personas ocupadas menos que entonces y con una tasa de paro diez puntos superior (17,22 % en el segundo trimestre de este año), lo que dice varias cosas acerca de cómo ha mutado la estructura productiva del país y también de cómo se están repartiendo los frutos de la recuperación del crecimiento.

Una cuenta a vuela pluma lleva a pensar que si los españoles generamos más valor añadido bruto (VAB, el producido por el conjunto de los agentes económicos y que es la base de cálculo del PIB) con menos personas ocupadas es que somos más productivos en las actividades que ya desarrollábamos o que nos centramos en otras que lo son más.

Estos últimos movimientos están siendo estudiados de cerca por economistas como el catedrático asturiano Joaquín Lorences, con el propósito de identificar las ramas productivas que están emergiendo y que marcarán el patrón de crecimiento en los años venideros.

Sus datos señalan cómo, tras el hundimiento de la construcción -pasó de suponer el 11% del VAB a poco más del -%-, han ido ganando protagonismo ciertas especialidades de los servicios que han sustituido parte de la aportación del sector constructor al PIB, pero con menor intensidad de empleo, incluso con plantillas más reducidas que las que tenían antes de la crisis.

Menos trabajadores

Las actividades inmobiliarias, las científicas y profesionales o los negocios comprendidos en el epígrafe de la información y las comunicaciones (los de nuevas tecnologías, entre ellas) generan ya más riqueza que en 2008 y lo hacen en todos los casos con menos trabajadores que entonces. El PIB se ha desplazado en esos supuestos hacia actividades que producen más valor añadido y menos empleo que la construcción, aunque con frecuencia más cualificado. El cambio tecnológico está con seguridad también detrás de esas mejoras de productividad.

Las ganancias de empleo más diáfanas se producen en cambio en la hostelería, una actividad intensiva en mano de obra y con salarios bajos.

A la vez, la planta más noble de la economía, la industria, por la que necesariamente debería pasar la transición hacia un patrón basado en el conocimiento y en el trabajo de calidad que blinde el bienestar de los ciudadanos, continúa claramente por debajo de la riqueza y de la plantilla que aportaba en 2008. Como lo está también el peso que tiene el conjunto los salarios en el Producto Interior Bruto: era del 50 % hace diez años y ahora está en el 48 %. Un indicio de una tendencia de fondo propia de la globalización y también de que los frutos de la recuperación económica están desigualmente repartidos entre el capital y el trabajo.