Nuria Oliver ha trabajado para Microsoft, para Telefónica, para Vodafone. Lo suyo es el análisis de los big data, de las ingentes cantidades de información que las nuevas tecnologías generan cada vez que usamos el teléfono, que un sismógrafo registra un temblor o que una cámara de tráfico toma un foto. Está acostumbrada a trabajar en un mundo de hombres, en un ambiente en el que apenas la quinta parte de los empleados son mujeres, en un ámbito dónde las chicas han acuñado el término bromager para aludir al estereotipo masculino que se asocia con las nuevas tecnologías. Pero ayer, ayer jugaba en casa. Estaba rodeada de poderosas mujeres de talento, estaban juntas, celebrando la sororidad, el equivalente etimológico de la fraternidad, a partir, por tanto, de la hermana, no del hermano. Y una sorpresa quebró su serenidad profesional, su capacidad para tratar cara a cara a los programadores más misóginos, para darles órdenes.

Cada uno de los galardones fue precedido de una breve película en la que las premiadas recibían saludos y felicitaciones de colaboradores, amigos o familiares. Cuando dos investigadores del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) apuntaron entre las diez características de Oliver su incapacidad para permanecer en silencio, el público celebró el comentario con una carcajada.

Pero Oliver recibió las breves escenas de otra manera. A medio discurso se emocionó. No pudo terminar. De repente, se puso a llorar... Y se llevó la mayor ovación de la noche. Un calurosos aplauso de un público muy mayoritariamente femenino que estaba celebrando tanto su innegable talento y capacidad profesionales como su fragilidad y su generosidad emocional.

La gala de entrega de la X edición de los premios que concede cada año la Asociación de Empresarias y Profesionales de València reivindicó anoche el «valor añadido» que aporta el talento femenino a la alta dirección de la empresa pero fue, sobre todo, un ejercicio de sororidad, de mujeres que celebraban juntas su innegable talento. Los cuatro premios que entregó la federación valenciana de la organización internacional Bussines and Professional Women (BPW) pusieron el foco sobre dos científicas de primer nivel, Nuria Oliver y María Blasco; una catedrática de Ética, Adela Cortina; y una histórica luchadora de la organización internacional que contribuyó de forma decisiva a los primeros pasos de la federación valenciana, la suiza Enrichetta Bellini.

Oliver, premio a la Diversidad, subrayó la escasa presencia femenina entre los investigadores de más alto nivel e instó al público a «persuadir a hijas, nietas, sobrinsa, vecinas, alumnas o amigas a que consideren una carrera de ciencia y tecnología».

Adela Cortina, premio a la Integridad, citó a Miguel de Unamuo para recordar que «las patrias y la fraternidad no prosperarán sino es a través de las matrias y la sororidad».

María Blasco, premio a la Profesionalidad, ofreció un discurso neutro en materia de género pero muy potente en cuanto a investigación. Apuntó cómo ésta requiere tiempo, paciencia y financiación estable. Y destacó la importancia de «visibilizar» a las mujeres que, como ella, han tenido la suerte de descubrir cosas importantes relativas a los telómeros, «algo que ustedes seguramente no saben lo que es».

El premio a la asociada de EVAP recayó sobre Bellini, una poderosa ejecutiva en una multinacional que fabricaba equipamento para la industria cementera y que, ya jubilada, sigue cooperando con la división legal de la BPW.

«Las empresas tienen que comprender que no es sólo por respetar una ley por lo que deben tener mujeres en sus consejos de administración, sino porque el talento femenino constituye un innegable valor añadido», sentenció Bellini.