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A contracampaña: El candidato sufridor

Ahí está, mirando cada encuesta igual que el hipocondriaco observa sus análisis médicos: con una mezcla de ultradetallismo y pavor. No extraña

Se juega más que la salud. Se juega la vida. La vida política. Es el candidato sufridor. El que está justo en el corte. Va de nueve en la lista y las encuestas pronostican ocho escaños a su partido, con posibilidades de rozar el noveno. Esa horquilla le da la vida, porque aún hay opciones. Pero le hace sudar en la cama con pesadillas surrealistas en las que una Ley d´Hondt corporeizada lo devora cual Saturno a sus hijos.

¿Qué será de él? Si al menos tuviera una plaza fija como el compañero de bancada, que es profesor de instituto en excedencia. O un bufete familiar al que volver a trabajar, como el abogado estirado que va de diez en su misma lista. Rico de cuna. Pero él no. Él se jugó el futuro a una carta. Quería ser político. Llevaba mucho tiempo combinando su trabajo como jefe de Recursos Humanos en la fábrica del pueblo con la política local. Después del curro, a la reunión nocturna del Partido. Durante el almuerzo, a enviar la nota de prensa. De siestas nada: había que preparar las mociones para el pleno del día siguiente. El trabajo político, al fin, dio sus frutos. Primero, el Partido lo agració con un puesto de asesor gracias a la intercesión del alcalde al que había arropado. Nunca había imaginado una nómina así. La familia lo celebró con paella y tarta Comtesa de postre en la caseta. Hubo un brindis por él. Ya era un Político y acababa de dar un portazo a la fábrica de su vida.

Cuatro más cuatro, estuvo ocho años asesorando. Luego saltó a las listas: cuatro años de diputado y otros cuatro más. Dos legislaturas en puestos cómodos mientras el Partido tenía el viento a favor. Pero llegaban horas bajas. Del seis había pasado al nueve de la lista. Renovación, paridad, juventud€ Malditas palabras. Ahora todo son cábalas. De escaños, de porcentajes, de trasvases de voto€ de euros de la hipoteca del chalet comprado y que asfixiará a la familia. ¿Por qué dejó la fábrica?, se pregunta antes de que la imagen más terrorífica le vuelva una vez más a la cabeza: el Partido gana, corre el champán en un suelo pegajoso y él ha de dar saltos mientras ve que con ocho han bastado, que el nueve se ha quedado fuera, y busca en el móvil el temido teléfono: «Jefe Fábrica».

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