Mírenlos, son dignos de compasión. Los jueves, reunión en la sede; en diciembre, la lotería para engatusar a la familia y cobrar la farda; la vieja pancarta de las manifestaciones que el presupuesto impide renovar; la nota de prensa enviada a unos medios que la arrojarán a la basura sin escudriñar el contenido. Son los grupos extraparlamentarios, los que nunca acceden a la cámara. En las últimas Generales fueron diez partidos en Valencia. Para ellos, ser sólo oposición es un sueño inalcanzable. Son los quijotes de la política. ¿Por qué siguen si saben que jamás saldrán elegidos a nada? ¿Si nunca influirán en la más nimia decisión? Algunos alegan que por principios y convicción. A veces, no obstante, dan la sensación de ser una comisión fallera más, otra kábila de «moros i cristians». Una excusa para tener un ambiente, con la gente de siempre y el mismo aroma de la juventud utópica. Como quien va siempre de «mani» y ve en ellas su particular Mestalla: gritar, aplaudir, sentir los colores, recrearse en las antiguas batallas y en los triunfos que se escaparon en la prórroga por culpa de un árbitro llamado D'Hont. El Partido se convierte en un vicio rutinario de sobaquillo y cuota mensual. En campaña juegan a políticos; hay que disimular. Hoy se llaman falangistas, humanistas, piratas, cannabistas, animalistas. Muy pronto se sumarán los comunistas. Blanco y en Botella. Eso: dignos de compasión. Que les hagan un hueco en el Senado.