Si la primera nómina es la senda que lleva a la derecha, la seducción por la izquierda empieza mucho antes para los espíritus rebeldes. Todo el mundo se empeña en que cojas la cuchara y el lápiz con la derecha. Ser zurdo, pues, es lo más antisistema que puede ser un niño de dos años. Hijos de la época en que se ataba la mano izquierda para corregir ese sacrilegio, hoy existen muchos zurdos «contrariados» o «encubiertos»: así se denomina a aquellas personas cuya organización cerebral estaba destinada a la izquierda pero que, a base de correcciones, vieron cambiada su lateralidad natural por otra artificial y han acabado haciéndolo todo con la derecha. En el espectro político ocurre lo mismo. Hay zurdos de cerebro que resisten políticamente en la izquierda en esta sociedad dominada por la derecha, una sociedad que califica de «diestro» a los buenos en algo y de «siniestro» (del latín «sinister», izquierda) a lo funesto. Por contra, hay muchos otros zurdos por naturaleza que acaban transformándose en «zurdos encubiertos». Su zurdera política se quedó dentro del armario y fueron domesticados a tiempo por el entorno. En la práctica, actúan como cualquier persona de derechas, aunque no les salga natural. A ellos les nacería entrar a la tienda de comercio justo de Intermón Oxfam en la calle Marqués de Dos Aguas de Valencia, pero compran el bolso Louis Vuitton de la lujosa tienda de al lado. También sucede a los políticos. Pablo Iglesias es un zurdo encubierto. Su cerebro era de izquierdas, pero las encuestas lo han centrado. Hace bien: en cuestión de lateralidad, hoy se lleva lo ambidiestro. Y en materia de marxismo, el más de moda es el «grouchiano»: si no le valen mis principios, tengo otros.